Cuando te dije que tenías permiso para destrozarme la vida te lo decía
completamente en serio.
El amor es la hostia a destiempo que te hace cometer muchas tonterías,
y yo me quiero desde que te quiero;
Soy el daño colateral de haberme enamorado de ti.
Al borde de tus acantilados descubrí que padecía vértigo;
por eso ya sólo puedo mirarte a los ojos cuando me aprietas las manos.
Saltar al vacío es intentar volver a casa sin un beso de buenas noches en
tu portal,
es creer que soy capaz de volar aunque te vayas, porque gracias a ti me
crecieron alas.
Voy a decirlo en voz alta a ver si así, de una vez por mí, consigo que te
lo creas:
Te quiero.
Te quiero porque no me pides que lo haga, ni lo esperas, ni me esperas,
pero siempre que llego me recibes con las ventanas de tu sonrisa abiertas.
Llegaste y me estalló de golpe toda la felicidad en la cara;
y yo no pude más que arrancarme todas las pestañas y suplicarle a cada una
de ellas que te quedaras.
El amor es un tándem ilógico;
un suicida que se enamora de un paracaídas
y un paracaídas que prefiere enamorarse que asegurarse la caída;
que prefiere hacerse la piel jirones de la mano del suicida antes que morir
intacto toda su vida.
Ya sabes, aquí es enamorarse o morir.
Y yo ya no puedo elegir.
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