domingo, 27 de diciembre de 2015

Vamos a decir verdades.

Juro decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.

Aquel día delante de ti si lloré, sólo que no me viste.
A fingir se aprende sufriendo, por eso la defunción tras el derrumbamiento iba por dentro.

Días después llegué a casa y lloré, y Jack lo entendió todo.
Se acercó a mí y me maulló un "no te preocupes, mami, que yo estoy aquí" que entendí a la perfección.

Aquella vez que nos cruzamos tuve que girarme para recogerme el corazón.

El muy imbécil se había ido corriendo tras de ti;
dice que no tiene otra elección, que no le gusta vivir sin ti.

La siguiente vez que hablamos tenía las lágrimas en la punta de la lengua,
un beso deseando ser disparado,
un abrazo guardado en la recámara
y todo el miedo de nuestro no mundo agolpado en la garganta.

Estos últimos meses te he sonreído más veces evitando llorar que queriendo reírme.
Y a mí, personalmente, me resulta muy triste.

Tengo unas ganas inmensas de llorarte por todo lo que no entiendo,
de besarte hasta que logre entenderlo
y de gritarte lo que siento aunque esté fuera de contexto.

Porque yo no sé querer sin salirme de los márgenes,
ni sé reservarme las ganas para más tarde;
en cuestión de amar soy un desastre.

Pero te prometo que te voy a querer como no te ha querido nadie.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Por suponer y que, ojalá, seas.

Supongamos que es cierto eso de que la esperanza es lo último que se pierde
y que yo aún sigo soplando pestañas en tu nombre.

Supongamos que aún fantaseo con la idea de que tal vez me estés echando de menos
o que, de vez en cuando, te acuerdas de mí.

Supongamos que cuando te miro aún tiemblo,
que mis ganas de llorar cuando te veo siguen en aumento,
y que me resultas tan increíblemente bonita que aún no diferencio realidad de sueño.

Si dijese lo contrario, te estaría mintiendo.

Si niego que todos los días espero tus buenas noches
y que paseo por tu calle como si, en el fondo, no esperase cruzarme contigo.

Supongamos que aquella conversación no existió y que, en realidad, si quieres estar conmigo.

Supongamos que he dejado de pensar en dormir en tu ombligo
y he empezado a mirar por el mío.

Supongamos que existe una tirita del tamaño de ciertas despedidas,
que los clavos sacan otros clavos, y que no se infectan sus heridas.

Si supusiese eso, mentiría.

Supongamos entonces que me aguanto las ganas de besarte
y que cuando estás cerca trato de mirar hacia otra parte.

Supongamos que finjo que no te echo de menos
sólo porque pienso que tú no me echas de menos a mí;

que acallo lo que pienso cuando te veo
sólo por no darte el poder de acallarme a mí.

Supongamos que todo eso es cierto.

Y supongamos también que no te salen las palabras
y que tienes miedo de equivocarte de nuevo;

que piensas que te he cerrado todas las puertas
y por eso no te atreves a acercarte a ellas.

Supongamos que tú también tienes ganas de besarme,
pero que no lo haces porque piensas que así evitarás querer quedarte.

Ya sé que sólo estoy suponiendo, pero si todo esto es cierto...
Ven, que te echo de menos.

viernes, 20 de noviembre de 2015

La intención no siempre es lo que cuenta.

Quizás tu intención era la de quererme, aunque no lo conseguiste.
Quizás creías que iba a ser más fácil y por eso te rendiste.

Quizás intentaste que no te importase el mundo, ni la gente, pero no supiste. 
Quizás imaginaste que sería perfecto y, al descubrir alguno de mis defectos, huiste. 

Quizás tu intención no fue la de darme esperanzas, pero me las diste. 
Y aquí las tengo negándose a rendirse. 

Quizás tu intención no era la de romperme, aunque lo hiciste. 
Quizás pensabas que yo era más fuerte, y te equivocaste. 

Quizás sentías que te mentía, que no te quería, que fingía.
-y eso es algo que jamás haría.-

Quizás tuviste miedo y retrocediste. 

Quizás lo intentaste con todas tus fuerzas y flaquearon tus ganas. 
Quizás enmudeció tu corazón cuando trataste de buscarle la razón.

Pero quizás no. 

Quizás no quisiste quererme, ni me quisiste, ni te preocupaste por mí. 
Quizás todo aquello te dio igual y esto no te importó nada. 

Quizás, quizás, casi siempre quizás. 

Porque de lo único que estoy completamente segura es que mi intención no era la de enamorarme de ti, 
pero la intención no siempre es lo que cuenta y tú eres mi excepción que confirma la regla.
 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Lo peor fue no poder ser después de conseguir estar.

Lo peor no fue el “no” que me dijiste, 
sino el “nunca” que tanto tiempo te callaste.

Lo peor no fue la mano que escondiste tras la piedra que lanzaste,
sino ser la tonta que aun sangrando se girase esperando a que volvieses y la besases.   

Porque lo peor no es el dolor,  
es no entender nada y haberse encariñado de la herida,  
igual que antes lo hiciste del arma.

Lo peor no es que no me hayas creído,
sino saberme incapaz de luchar contra esto
y de dejar de quererte como ahora te quiero. 

Porque amar no es tan sencillo como besar y decir "te quiero",
y el desamor es una putada en cualquiera de sus contextos.  

Para amar no existe un plazo de inscripción, 
ni hay que cumplir unos requisitos previos.

El amor no tiene límites de actuación, no tiene fecha de caducidad, 
y tampoco cuenta con fianzas por si las cosas salen mal.
  
La mano que juegas sólo es lo importante si es la que te salvaría la vida 
y, a veces, somos tan imbéciles que nos jugamos más por quién menos nos daría. 

Pero no importa porque quien arriesga, ama, y ese siempre es el que gana.

Porque en el amor no merece la pena guardarse cartas bajo la manga, 
no compensa hacer trampas para ganarte un As de corazones 
que no vas a cuidar tras cada jugada.
 
Por eso lo que más duele no es perder la partida,
sino ser consciente de tu ludopatía.