Cuanto te amaba no me mató,
pero casi me mato.
Casi acepto la invitación al
baile de fin de trayecto
que me regalaban todos los
puentes que visitaba
cuando tenía los ojos plagados de
miedos
y el corazón devastado tras los
incendios.
Y es que sin bosques donde
perderme y sin flores que quererme,
un baile eterno en el cementerio
no me sonaba tan tétrico
como tener que verte la cara
mientras a otra le mirabas el culo.
Como tener que
escucharte reír mientras me veías llorar
o como volver a discutir sobre mi
manera de ser con los demás.
A punto estuve de decirme adiós
un par de veces
y, aunque para dejarse vencer hay
que ser muy valiente,
reconozco que hay que serlo aún
más para no vencerse.
Y está claro que el que no te ama te hace más fuerte.
Cuando te amaba no me mataste
y no será porque no lo
intentaste.
Casi me muero
y, lo que es peor,
casi te creo.
Porque decir 'te quiero' no
implica saber hacerlo.
Mírate a ti,
que cada vez me lo decías más
y me lo hacías menos.
Te voy a regalar un consejo:
Nunca quieras a nadie que no
tiene opción de desarrollar la capacidad de amar
y nunca creas a nadie que no
tiene voluntad de aprender a decir la verdad.