domingo, 22 de abril de 2012

A una parte de mi.

Lo cierto es que no sé como comenzar este escrito... Había pensado en un "Muy Srta. mía", pero me resultó demasiado formal, y decantarme por un "Hola, ¿cómo estás?", me pareció demasiado informal, por lo que te escribo mis dudas, y te dejo elegir la cabecera de esta carta. 

Hace tiempo que no respondes a mis cartas, no sé si las lees, si las recibes, o si optas por desecharlas tirándolas en aquella papelera infantil que escondes bajo tu escritorio, por lo que no sé porque pongo tanto empeño en continuar escribiéndote, ¿qué puede tener esta carta de diferente? Desconozco la respuesta a esa pregunta, lo admito, pero continúo escribiendo, sin intención de dejar de hacerlo. 

¿Cómo te encuentras? Quizás estés triste, por eso no me respondes; quizás enfadada, ¿te he hecho algo? Si así es, discúlpame, en este caso no soy consciente de mis errores, pero si de que todos los cometemos tarde o temprano. Espero que estés enfadada si eso conlleva que no estés triste, porque no hay nada más doloroso que saber que sufres, y que como siempre callas, para que nadie más sufra por ti. 

¿Cómo se siente tu corazón esta primavera? Me han llegado rumores de tormentas, de aguaceros, y de algún que otro tsunami, ¿estás bien?, ¿es eso cierto? Si así es, ¿por qué callas? Estoy aquí, recuerda, no tienes que temer, no me agobiarás. No contaré nuestros secretos, nunca lo he hecho, soy tu caja fuerte. No acumules cicatrices, no silencies tus lloros, ven y llórame, lloraremos juntas. 

¿Cómo van las clases?, ¿sigues tan perfeccionista como siempre? No olvides que no debes agobiarte, que no puedes tener todo bajo control, y que la perfección en sí, no existe. Lucha, como no dudo que estás haciendo, y supérate, pero no dejes que nada ni nadie lo haga.

Se que no tiene nada que ver, pero anoche estaba viendo nuestras fotografías, ¡qué sonrisa tan bonita la tuya!, te veías feliz. Lo cierto es que siempre has mostrado tu faceta feliz al mundo, aunque te he vivido, y repasando las diapositivas recordé tus caídas y tus tropiezos, tus primeras fracturas, y los rasguños que siguieron a estas. Rara vez has dejado ver tus puntos débiles, y por eso me asusta no sentirte ahora. Me da miedo que te sumas en ti, como hace mucho tiempo. No eran tiempos fáciles los que corrían y tú te hiciste tan tuya, tan propia, y estabas tan dentro de nada, de todo, de ti, que no quiero que eso vuelva a ocurrir. 

No te pido que me respondas, pero ojalá un mensaje de voz pudiese llegar a ti antes de tomar la opción de abrir o no abrir el sobre en el que me encontraré al recaer sobre tus manos, para poder decirte que, por favor, me leas, sólo eso, no te pido palabras a cambio.



Atentamente:
La otra parte de ti.

lunes, 16 de abril de 2012

A mi más que una amiga.

Recuerdo la última vez que te di un beso, y también mis últimas palabras, mi despedida. Hoy pienso en ti, y aunque seguramente no me creas, lo hago con frecuencia. No vas a leer esto, y en cierta parte, me alegro. Me reconforta saber que teclearé mis sentimientos solo para exteriorizar lo que llevo interiorizando mucho tiempo. Te echo de menos, aunque nadie lo sepa, aunque que yo lo sienta cada día. Cuando nos separamos se desvaneció una parte de mi misma, la parte fuerte, valiente y decidida que tú me ayudabas a potenciar. Contigo se fueron gran parte de mis fuerzas y ese lado real que tú conseguías que mostrase. No había máscaras, ni pudores. No había lugar para los secretos entre nosotras, tú eras mi confidente, y yo la tuya, y pese a nuestras diferencias eramos tan similares e idénticas como dos gotas de agua. 

Recuerdo nuestro comienzo, tan opuestas... Te odiaba tanto... Tanto, que sin darme cuenta casi pierdo la oportunidad de conocer a mi alma gemela. Estábamos hechas la una para la otra, nuestros gustos musicales encajaban, nuestra manera de ver el mundo, a las personas, y la forma de escucharnos y entendernos que nadie más compartía. Estabas lejos, pero nada se interpuso en el camino de vernos, no importaban los kilómetros que nos separasen, ni las horas y días que tuviésemos que estar lejos la una de la otra, porque nada era tan fuerte como para alejarnos y romper lo que tú y yo habíamos creado.

Fueron muchos los momentos que vivimos juntas, y no hablo sólo de aquellos en los que pude abrazarte, y reírme contigo estando en la misma ciudad, en el mismo lugar, respirando el mismo aire. No son menos importantes las horas tras la pantalla, horas repletas de sonrisas, de confidencias y consejos, de críticas, de alguna que otra discusión, y también de palabras bonitas. Eras mi mitad, la parte más radical y diferente de mi corazón. Eras los polos opuestos dentro de un mismo cuerpo, la racionalidad frente a la locura. Todo en la misma persona. 

Te convertiste en parte de mi sangre, en la mano firme que me sujetaba para que al caerme no tocase fondo. Tú intentabas apartar las piedras de mi camino para que no tropezase, y aunque igualmente tropezaba, no te ibas, permanecías a mi lado para redirigir mis actos y para buscar nuevas soluciones a los problemas. Yo intentaba estar ahí en todo momento, y hacer por ti, lo que tú eras capaz de hacer por mi, porque así funciona esto. Tú das, aunque en muchas ocasiones no esperas recibir. Yo recibía y te daba de mi lo máximo, o al menos eso intentaba. 

Tú eras la parte dura y resistente, y yo la cursi y empalagosa. Poco a poco nos fuimos complementando, aunque yo nunca llegué a ser tan fuerte como tú, ni tú tan cursi como yo. Algo tendría que hacernos especiales, ¿no crees? Tú siempre fuiste tú, y yo nunca dejé de ser yo. Éramos lo que éramos, y nos conocíamos a la perfección. No había posibilidad de crear fachadas, ni intentos de ocultar cómo nos sentíamos, porque rápidamente notábamos que algo pasaba. 

Nuestros caminos se han separado, y aunque me gustaría acompañarte, sé que eso no es posible, pero desde mi camino te observo, no me olvido de ti. Te veo feliz e ilusionada, y me alegro, aunque no me atreva a decírtelo. Te escribo, y te llevo conmigo, como te llevaré siempre. Tú has sido una de las personas más importantes de mi vida, y eso no lo va a cambiar nuestro final, ni el tiempo, ni la distancia. Donde quiera que vaya, nuestros recuerdos no me abandonarán y aquella amistad que nos unió, nunca se desvanecerá.

sábado, 14 de abril de 2012

Baúles repletos de promesas.

Recuerdo cuando hace un tiempo, alguien a quién no recuerdo muy bien, me dijo que las promesas vacías eran el futuro de las personas. Me dijo que las personas se llenaban de incoherencias, de palabras nulas de significado, y de promesas que ellos mismos sabían que no cumplirían. En aquel momento no entendí muy bien a qué se refería, quizás yo era demasiado pequeña, quizás mi cerebro pecaba de ignorante, o tal vez sufría de falta de inteligencia, no lo sé muy bien. Ahora, pasados los años, mientras cavilaba acerca de mis incongruencias me di cuenta de que había errado mucho con el paso del tiempo, pero no recuerdo haber prometido algo que de primeras supiese que era incapaz de cumplir.

No recuerdo cuántas promesas, ni que magnitud tenían, pero lo que si sé es que no soy de prometer, y mucho menos de jurar. En cambio, hoy me siento con fuerzas para prometerme a mi misma una serie de cosas que prometo cumplir. He vivido la inocencia y he sufrido la destrucción de partes interiores de mi organismo, pero he sobrevivido a la adolescencia, y ahora, en esta nueva etapa de mi vida quiero prometer que no me arriesgaré a que haya más baldes de agua fría si el trailer de la película ya avecina tormenta.

Prometo no vender mi alma al diablo aunque las cosas se pongan feas, se tornen grises y parezca la única salida. No dejaré a la vista mis cicatrices, ni colocaré sobre la mesa mis flaquezas y debilidades. Prometo respirar las veinticinco horas que tiene el día y aprovechar los ocho días que contiene la semana, a sabiendas de que la rutina me robará parte de mi tiempo. Prometo soñar teniendo en cuenta que no todo es real y que hay cosas que no podrán hacerse realidad. Espantaré a mis monstruos y me enfrentaré a mis miedos, para enviarlos de vuelta a su mundo, para que no regresen nunca. Prometo sonreír, aunque la melodía sea lacrimosa, incluso si mis ojos esperan que llueva. Prometo esperar paciente a que los latidos de mi corazón se relajen y recobren su ritmo, sin agobios, sin presiones. Prometo seguir coleccionando momentos, alimentándome de sonrisas y del eco proveniente de las risas. También prometo despegar, de vez en cuando, los pies del suelo, para comprobar desde allí arriba si lo estoy haciendo bien o si, en cambio, estoy tomando decisiones poco acertadas. Continuaré equivocándome humanamente hasta el fin de mis días, pero prometo disculparme si la ocasión me brinda la oportunidad de hacerlo. Prometo vivirte y saciarme de ti hasta que tú me lo permitas, rompiendo con todos los límites de tiempo existentes y con todas las normas predispuestas a ser pasadas por alto. Prometo quererte, por muy evidente que resulte esta promesa, por muy imposible que sea el no cumplirla. También prometo quererme, aunque a veces me cueste, aunque, en ocasiones, me deteste, me odie y me repugne. Dejaré a un lado mis desquereres y los quemaré hasta quedar reducidos a cenizas que el viento enviará muy lejos de mí y del camino que aún me queda por recorrer y descubrir. Prometo cuidar mi presente, y pensar en el futuro sin planificarlo, dejando margen a la improvisación. Prometo que de mis labios no saldrá una promesa que no tenga intención de cumplir, o que esté fuera de mi alcance. No existe lugar para promesas vacías. Prometo valorar más lo que mis manos nos capaces de crear y confiar más en mis palabras, para poder creer más en mi. Hablando de creencias, prometo creer en hechos, como he intentado hacer hasta ahora, sin dejarme llevar por palabrería desierta de contenido. Prometo seguir creyendo en nosotras, en la religión que comienza con tu existencia, desvelándome sus secretos en el brillo de tus ojos, y en las palabras que tus labios no tienen necesidad de decir. Prometo anexar mi vida a la tuya para continuar escribiendo capítulos de amor en nuestro libro. Prometo olvidarme de la porción de mundo que se empeña en hablar de nosotras y desconoce la magnitud de sentimientos que mi corazón te entrega en cada contracción. Por otro lado, prometo a todos los pedazos que dan la vida a mi corazón que estaré presente en los momentos que requieran mi presencia, sin distinción, ni duda alguna. Prometo que mi memoria siempre los tendrá presentes, aunque físicamente el tiempo no sea suficiente para llenarme de todos ellos como me gustaría. Y por último, prometo ser fiel a mis palabras, y a todas y cada una de mis promesas. Prometo no decaer frente a las dificultades, no me dejaré arrastrar por la corriente, no me vencerá el cansancio y no dejaré que las piedras del camino me hagan tomar una dirección contraria a la que mis pensamientos, mis sensaciones, mis decisiones y yo, hemos elegido.