sábado, 9 de marzo de 2013

La semana había transcurrido extraña entre mis grietas, había camuflado hasta tal punto mis debilidades que todo lo que podía percibir el resto era la entereza de mi coraza. Había hecho un trato con mis ojos, pero al finalizar la partida aposté todo al número equivocado y perdí. Perdí lo mismo que aposté y me quedé desnuda frente a tu casa, esperando a que me abrazaras, a que volvieras y me dijeras "no pasa nada, mi amor, lo arreglaremos. Juntas lo haremos". Pero no fue así, me quedé allí, desfragmentando mi coraza y lo poco que quedaba sano de mi corazón. A fin de cuentas ya no me haría falta.

Te lloré en carne viva, y sangre uno a uno nuestros recuerdos. Quizás ya era tarde, aunque siempre fuese la hora ideal para quererte. Tal vez lo mio fuese imperdonable, y entonces yo no volvería en mi. No lo haría puesto que tampoco habría a donde volver. Entonces es cuando tienes que darle las gracias al amor de tu vida por haberte querido,  por haberte cuidado y por haber hecho eso que nunca antes nadie había hecho por ti. Tienes que agradecerle el haberte librado de todos tus miedos, el haber asesinado a todos tus fantasmas confiando en ti por encima de cualquier otra cosa, y el haberte enseñado el significado del sacrificio, del positivismo y del verdadero amor. 

Y seguido a eso viene la banda sonora de nuestro amor a romperme el alma en pedacitos tan pequeños que ni soy capaz de encontrar para recomponerla. Suena e inunda lo que queda de mis pulmones, y yo le subo el volumen tan alto que te escucho cantarme, y cuando notas que lo hago, te entra la vergüenza y callas, pero yo te beso la sien izquierda y te pido que continúes, porque suenas mejor que ella, y no hay nada mejor que el sonido a casa. Por que casa es donde tú vives, y a donde yo quiero e intentaré volver.