Verás,
necesito hablar contigo.
Sé que no
es tu culpa que me gustes tanto,
- porque
lo cierto es que me gustas mucho -
pero esto
no es lo que quiero.
Yo no soy
un pasatiempo,
ni unas
vacaciones de entretiempo;
de entre
tío y tío,
de
autoconocimiento y prevención del aburrimiento
con
alguien que perdería el culo
sólo
porque le volvieras a guiñar un ojo al espejo.
No soy el
capricho de una semana en la que tienes tiempo
y no
encuentras quien te diga cosas bonitas y te llene de recuerdos;
que te
diga lo bonito que se ha vuelto su mundo
desde que
te escucha reír entre beso y beso;
incluso
meses antes viendo cómo te recogías el pelo.
Que este
Invierno se adelantó la Primavera
únicamente
porque de tus manos nacen flores.
Que no me
importa la estación si tú eres mi compañera de trayecto,
tampoco
importa la dirección desde que tú marcas mi Norte,
y poco
importa el tiempo si el destino me lleva en tu encuentro.
E insisto,
tú no tienes la culpa de todo esto;
porque fui
yo quien te abrió la puerta
a
sabiendas de que me pisarías los pies bailándome la vida.
Que, como
has podido comprobar,
no sé
caminar sin que resuenen mis cristales rotos,
no sé no
temblar cuando te noto,
no puedo
evitar volverme terremoto cuando me asomo a tus ojos.
Que has
dinamitado los cimientos de mi risa,
y has
barrido con tus pestañas todo rastro de mi tristeza.
Por eso permíteme
que te diga que aún aspiro a ser quien te deshaga la trenza entre mis yemas.
Yo que
fantaseaba con ser quien te desnudase cada noche,
para después despeinarte las
mañanas y darte besos hasta en las comisuras del alma.
Yo que
soñaba con jugar a que, en un descuido, te giraras y me encontraras.
A que
fueses tú quien me besara.
Que
contigo no sé bailar, pero me encantaría que me enseñaras; a cambio
tararearía todas tus canciones favoritas hasta que te dieses cuenta
de que en tu garganta habita mi banda sonora preferida y que lo único que no haría por tu
sonrisa sería extinguirla.