martes, 24 de julio de 2012

Turbulencias.

Estoy enfadada, lo siento, ahora mismo estoy muy enfadada. Estoy enfadada conmigo misma, y no lo puedo evitar. Me rabia ver nuestras fotos, y lo felices que éramos juntas, y lo triste que me siento ahora, y tantas otras veces. Me alegra ver vuestra felicidad, me alegra de verdad, pero me entristece el darme cuenta que no formo parte de ella. Estoy enfadada conmigo misma porque no soy capaz de deciros a la cara lo mucho que os echo de menos, ni tan siquiera a través de una pantalla, o por medio de un teléfono. No puedo escuchar vuestras voces sin llorar, y tampoco ver mentalmente todos nuestros recuerdos sin sentir dentro de mi esa asquerosa nostalgia que se apodera de mi y no me quiere soltar. Me enfado continuamente imaginando como sería mi día a día si vosotras estuvieses nuevamente aquí, conmigo, contagiándome vuestra sonrisa, poniendo mi vida patas arriba, y quedándoos junto a mi para re-ordenarlo todo antes de que mi corazón se maree. Estoy enfadada porque me encanta mi vida, pero faltáis vosotras, y nadie cubre el hueco que habéis dejado. Me enfado por que han pasado muchas cosas nuevas desde que os fuisteis y me encantaría que pudieses sentaros frente a mi para poder contaros todo al detalle. Me cabrea esta situación y no escuchar vuestras opuestas voces contándome cualquier cosa, a todas horas, llenándome de gritos, de risas, e incluso de lloros y enfados tontos. Estoy enfadada porque no puedo beber mis penas con vosotras, porque vosotras sois sus dueñas, y brindo yo sola, rezándole al whisky para que regreséis, aunque ya sabéis que soy atea, y que el alcohol no hace milagros, aunque quisiera.

Tiene que haber de todo en el mundo.

La vida no es una comedia americana, vosotros sois hipócritas y vuestra vida se basa en despotricar sobre aquellos a los que regaláis sonrisas cuando os viene en gana, o mejor dicho, cuando os conviene. Vosotros que os creéis protagonistas de un show hollywoodense y no sois más que intentos fallidos y copias baratas, sin validez alguna, de alguien que en su día si fue real. Vosotros y vosotras que sois capaz de apuñalaros unos a otros las espaldas y no os preocupa más que vuestra propia supervivencia, sin preocuparos de cuantas torres y peones caen a vuestro paso. Colectivo de personas que se crecen cuando ven que aquel a quién considera contrincante saca la bandera blanca a relucir. Banco de peces sin escamas y sin aletas, con careta y sin consideración alguna por el prójimo. Vosotros que presumís precisamente de aquello de lo que vuestra existencia carece, personalidad inexistente y cerebro dispuesto a revisión. Vosotros que jugáis con los sentimientos de las personas a las que tratáis como muñecos sin vida, mientras pretendéis que cualquiera que se os acerque no os mire por encima del hombro y os respete, cuando con vuestra actitud lo menos que merecéis es respeto alguno. Pedir, recibir, y no ofrecer a cambio más que palabras déspotas y desagradables. Recibir lo anteriormente pedido, y pagar con la moneda de la falsa humildad. 


- Gracias, muchas gracias, eres un encanto, si necesitas algo ya sabes donde encontrarme. - dicen con una sonrisa.


A lo que le sigue hacer oídos sordos y huir lejos cuando esa otra persona necesita de vosotros. Hipócritas sin escrúpulos, pero con muchos clones como acompañantes durante vuestra triste estancia en este mundo. Triste existencia a mi forma de ver las cosas que, en cambio, a vosotros os resulta excitante cuando de hundir al otro se trata. "Tiene que haber de todo en el mundo", y me alegro de no formar parte de ese colectivo.

Contigo (sin ti) a dos calles de mi casa.

- Perdona, ¿nos conocemos? - le preguntó a sus ojos cuando de casualidad se cruzaron.

Lo extraño es que si se conocían, pero esto no era un reencuentro, sino una segunda oportunidad de conocerse, y eso no le gustaba tanto. Había empleado varios años de su vida en conocer a fondo a la desconocida que ahora mismo tenía frente a ella, y lejos de parecerle interesante, la idea de empezar de nuevo le parecía inútil, y en su cabeza se proclamó una negativa colectiva de todos los recuerdos que componían su memoria. Ella se reflejaba en aquellos ojos que tiempo atrás le contaban todos sus miedos y secretos sin necesidad de pronunciar una sola palabra.

- Cuánto tiempo, ¿no? - Se atrevió a pronunciar la desconocida al atisbar que ella no era capaz de decir nada. - Estás muy guapa - continuó diciendo. - Parece que hayan pasado años, estás diferente, ¿qué tal te trata la vida? Hace tiempo que no hablamos - concluyó. 

Ella permaneció callada, observándola, incapaz de contestarle para decirle que no era ella la que había cambiado, que tan solo había intentando retomar su vida con normalidad, pero sin su presencia, y que, en realidad, lo único en lo que pensaba en esos instantes era en abrazarla para que sintiese cuanto la había echado de menos. 

Pero no lo hizo, no le respondió, bajó la mirada, se dio medio vuelta y echó a andar. La desconocida gritó su nombre, pero ella no se giró. Se dio cuenta de que las cosas realmente habían cambiado, si continuase siendo la misma persona que ella conoció no la llamaría por su nombre, únicamente estando enfadada podría escaparsele, pero ellas tenían su forma de llamarse, de identificarse y de diferenciarse del resto, pero no, había escuchado bien, la había llamado por su nombre. 

- ¿En quién se ha convertido? - susurró para el cuello de su camisa. - ¿Dónde está mi amiga?- se preguntaba una y otra vez. - Tal vez nunca fue lo que yo conocí, quizás la obligué a ser quién no era... Tal vez ahora sea más feliz, quizás sea mejor así... - se repetía a si misma mientras se alejaba más y más de quién, durante mucho tiempo, había sido la parte que la complementaba.

lunes, 23 de julio de 2012

No lo olvides nunca.

Se me olvidó decirle cada día lo guapa que estaba recién levantada. Se me olvidó, en muchas ocasiones, secarle las lágrimas mientras lloraba. Se me olvidó que, sin ella, la vida no era tan bonita, ni se le asomaba. Se me olvidó que le había hecho numerosas promesas y que, desoyendo a mi memoria, realizaba todo lo contrario a lo acordado con ella. Se me olvidó que los humanos cometemos errores, y que por perfecta que ella fuese para mi, ante todo, era humana. Se me olvidó abrazarla cuando tenía frío, porque mientras ella tiritaba, yo cobijaba otro corazón, que a diferencia del suyo, estaba vacío de sentimientos. Se me olvidó, en tantos momentos, ser sincera a tiempo con ella, decirle la verdad, admitir mis fallos, aunque le costase perdonarme. Se me olvidó plasmar los momentos con ella, a sabiendas, de que algún día ella se iría, y no estaría ahí para recordármelos con su sonrisa como principal diapositiva de cada historia. Se me olvidaron sus besos, mientras robaba besos en otras bocas, y desperdicié mi saliva, habiendo podido utilizarla en palabras sobre sus oídos. Se me olvidó que ella no estaría siempre ahí, y que algún día se cansaría de mi. Se me olvidaron mis virtudes, y potencié mis defectos, hasta conseguir que mis cosas buenas quedasen reducidas a cenizas. Se me olvidaron sus manos y el amor con que me tocaban, mientras yo, estúpida e inconformista me dediqué a acariciar cuerpos que no tenían alma. Se me olvidó que mi carácter de mierda iba a alejar de mi su incondicional dulzura, y que su melena ondearía lejos, como muestra de su libertad. Se me olvidó que no siempre tengo la razón, ni tampoco ella, pero que muchas veces se la negué aún sabiendo que ella estaba en lo cierto. Se me olvidó pintar de colores su cuarto, y a cambio de eso, le llené la existencia de numerosos matices de un gris muy feo, que nada tiene que ver con el color de sus ojos. Se me olvidó que su vida no giraba en torno a la mía, y que aunque en algún momento de su existencia yo fuese su Sol, por mi culpa yo había conseguido que su órbita se alejase a pasos agigantados de mi. Se me olvidó que ella era la única estrella que brillaba en mi firmamento, sin embargo, yo me quedaba absorta observando pequeñas partículas de polvo que no eran más que basura espacial. Se me olvidaron sus caricias, sus sonrisas de buenos días, y su pelo alborotado nada más levantarse. Se me olvidó como olía su piel, aunque conocía su perfume de memoria, y, tonta de mi, lo cambié por uno barato. Se me olvidó el tono de su voz, y todas y cada una de sus palabras de amor, mientras me enredaba en las piernas de otra, otra que no era ella. Se me olvidó que las oportunidades debemos merecérnoslas, que no se regalan, no se compran, ni  tampoco se venden. Se me olvidó que, cada mañana, era ella la que me daba los buenos días, y que también era ella la que, aún sin tenerme a su lado, velaba por mi y me deseaba las más dulces noches. Se me olvidó que el amor, como las oportunidades, tampoco se compra, ni se vende, y que ella me había abierto su corazón, para cuidarme y protegerme, dándome así el suyo, sin pedir nada a cambio, aun sabiendo que todo lo que pudiese pedir, se lo merecía. Se me olvidó admirar sus logros, reír con ella cuando me contaba todas aquellas diminutas cosas que la hacían feliz. Se me olvidó abrazarla fuerte cuando despertaba sobresaltada después de otra de sus pesadillas, y cuando, entre lágrimas, me confesaba todos sus miedos. Se me olvidó que yo podía convertirme en un monstruo, y que esa era una de las pocas cosas que ella no se merecía. Se me olvidó contar hasta cien cuando me enfadaba y ella estaba cerca, aguantando mis peores días, mi mal humor, y mi actitud déspota y malagradecida. Se me olvidó que yo soy la única culpable de las consecuencias de mis actos, y que debo ser consecuente con mis palabras, y ponerlas en marcha con hechos. Se me olvidó que no puedo prometer aquello que se de antemano que no voy a cumplir, aunque eso la vaya a hacer sonreír por unos instantes. Se me olvidaron las cosas que ella hizo por mi, y continúe haciendo más por mi, y menos por ella, aunque, al final, al no luchar por ella, yo también me perdí. Se me olvidó que como ella no encontraría a otra, y tampoco lo intentaría. Se me olvidaron los sueños que juntas habíamos soñado, y que terminaron por ser escombros de lo que tendría que haber sido un enorme palacio, con espejos y cristaleras donde ella pudiese reflejar su belleza. Se me olvidó que mis temores no eran nada comparados con los suyos, y que muchas de sus pesadillas las habían avivado mis erróneas acciones. Se me olvidó que mis manos, únicamente, debían ser instrumentos para mimarla y que mi voz era la clave para transformar sus estados de ánimo. Se me olvidó estar cuando ella me necesitaba.

martes, 17 de julio de 2012

Si yo fuera Dios.


Si yo fuera Dios crearía un solo color de piel, tal vez una sola raza, sin diferencias evidentes y excluyentes. Si yo fuera Dios haría que los corazones de las personas no fuesen tan egoístas, borraría el prefijo sub.- y las palabras menos y peor del diccionario, en caso de que tratasen rechazar a otro por el simple motivo de ser diferente.

Si yo fuera Dios no dejaría que una persona fuese capaz de vender a otra persona o a sí misma, no permitiría que nadie acabase con la vida de otro ser. No me perdonaría que un corazón dejase de latir simplemente porque está cansado de seguir luchando.

Si yo fuera Dios aconsejaría a la gente que mirase hacia delante y no hacia atrás, aunque recordar complementa la vida, pero no la sustenta. No me permitiría que viviesen tachando días en el calendario, les daría motivos para que anhelasen despertarse a la mañana siguiente, fuerza frente a las depresiones y una mano firme para sujetarles cuando insisten en no apartar las piedras del camino, y tropiezan una y otra vez en la misma, sin preocuparse un sólo instante por su entereza. 

Si yo fuera Dios adaptaría la persona de "Robin Hood" a mi persona, actuaría a su imagen y semejanza, con algunas modificaciones, y no me arrepentiría de mis actos. Entregaría lo que a ciertas personas les sobra a aquellos a quienes les falta y realmente lo necesitan. Les regalaría mas infancia a los niños y mas inocencia a los adultos, más paciencia, menos rabia…

Si yo fuera Dios daría imágenes a los invidentes, daría manos a los que no las tienen, daría sueños, daría emociones... Haría llegar a cada persona lo más tierno de la vida, cada uno de los sentidos que  el ser humano tiene... las caricias de una madre, los consejos sabios de una abuela, las risas inocentes del nuevo miembro de la familia, el apoyo incondicional, ese amor sin límites… daría todo sin esperar recibir nada a cambio.

Si yo fuera Dios pondría más colores en el arco iris y más estrellas en el cielo. Enseñaría lo que es amar, y permitiría a todos y cada uno de ellos que disfrutasen de lo que es amar y ser amado. Les entregaría miradas cómplices, sonrisas de esas que desbordan los corazones, silencios que no necesitan palabras y lágrimas que caen de pura felicidad en el alma.

Si yo fuera Dios no dejaría que un corazón roto sufriese por el hecho de que otro corazón ha dejado de latir por él, regalaría tiritas y puntos de sutura para las heridas, haciéndoles ver que tras los rotos, están las lecciones aprendidas y otros corazones dignos de reconquistar el suyo.

Y en caso de ser Dios y dejar de serlo, no me perdería un segundo de mi vida, no desaprovecharía ninguna oportunidad de ser feliz, no dudaría en lanzarme a un abismo con tal de sonreír. Ayudaría con todo aquello que estuviese en mi mano a mi amigo, a mi enemigo… Daría todo, todo lo que tengo de mí.


Trabajo para clase de Religión, 2009.
Adaptación, 2012.

miércoles, 11 de julio de 2012

Te echo de menos.

Ah sí, hola, ¿estás aquí?, ¿me recibes?
Te echo de menos.

No lo estás leyendo, ¿verdad?
Creo que nunca has entrado aquí, por consiguiente creo que nada conseguirá que ahora lo hagas, sólo habría una forma de que entrases aquí, una única posibilidad de que me leyeses, pero no, no lo haré. 

Mejor así, ¿no crees?
Yo escribo cuánto te echo de menos y tú no haces un parón en tu vida para leer mis sentimientos. Pienso que a pesar de que mi corazón grite muchas veces tu nombre, hago bien en ponerle en modo silencio, para así actuar pensando en lo que será mejor para ti.

No me considero tóxica, no dramaticemos, ni tergiversemos, la palabra que describe nuestra situación es necesaria, se basa en la supervivencia, en la comunicación, la comodidad, y sobretodo en la necesidad, y yo ya no te hago falta, por lo que no golpearé tu puerta anhelando que me dejes entrar nuevamente en tu vida, tan sólo en algunos sueños lo intento.

Te echo de menos, ¿lo entiendes?
Te echo mucho de menos, llámame loca.
Tú no lees esto y yo te hablo como si me escuchases, como si al pasar de borrador a publicación tú fueses la primera en leer las palabras que, sin duda alguna, van dedicadas a ti. Y no va a ser así. Tú seguirás ocho pisos por encima de mi, sin saber lo que escribo, sin conocer una aproximación de lo que constantemente te necesito.

Han pasado los meses, y seguimos en el mismo punto geográfico en el que nos separan físicamente menos de dos canciones. De tu casa a la mía, de la mía a tus recuerdos, porque los que estaban aquí, te los llevaste. Los físicos, claro, de los otros se encarga mi memoria, aunque ya sabes que es torpe y falla, pero te recuerda. Te recuerdo, te recuerda, y juntas te recordamos, aquí, donde escribo, allí, donde cocino, como y veo la televisión, pero sin ti.

Te echo de menos.
Y te lo repito.

Te echo de menos.
Aunque no me leas, aunque no necesites leerlo, aunque no lo entiendas, pero en el fondo, si te paras a pensar en mi, lo sepas.

Te echo de menos.
y es que... te echo de menos.