jueves, 31 de julio de 2014

Por intentarlo y que no sea.

No es un ¿qué tenemos?,
sino un ¿qué podríamos tener en otras circunstancias?.

No es un "quiero y no puedo", 

sino un puedo, pero puede que pueda conmigo si lo intento.
Y no quiero.

No es sólo quererte y punto, 

son todos los putos puntos suspensivos
que siguen al primer punto.

No es "el amor es suficiente", 
"el amor lo puede todo"
o "quien no arriesga no puede ganar"; 
es un perder voy a perder
y no sé hasta que punto me va compensar.

No es la sonrisa de primeras, 

sino todas las lágrimas que sé que van detrás de esa. 

Detrás de la tuya cuando no vengas. 
Cuando el noventa y cinco por ciento del tiempo no estés a mi vera.

No es echarle huevos, ganas y fuerzas, 

es que me los cortas, me las quitas y se me van por la boca 
cuando recuerdo el día en que me dejaste sola,
cuando con tal de salvarte fuiste capaz de ponerme sobre el cuello la soga.

Así que no me vengas ahora con el cuento 
de que quizás éste sea nuestro momento.

Entonces no fuimos porque tú querías que me fuera, 
y ahora no va a ser porque soy yo la que no quiere que seas.

lunes, 21 de julio de 2014

De perdidos al beso o al abismo; que viene siendo lo mismo.















Te hubiese besado,
y me hubiese encantado besarte,
pero la respuesta es no.

No lo haría por ti.
Porque tú no lo merecerías.

Tú te merecerías que te besase alguien 
que pudiese no dejar de hacerlo.

No lo haría por mí.
Porque no puedo perderte de nuevo.

Alguna acabaría siendo la definitiva
y yo no quiero tentar a la suerte
- que tengo de tenerte. -

Suena egoísta,
y, en realidad, lo es.

Pero si tiramos más 
de la cuerda que nos retuvo 
cuando quisimos echar a correr
a destiempo y contra un muro,
quizás se rompa y nos rompamos. 

Y todo por empeñarnos en encontrarnos
sin habernos perdido en ningún lado.

Quizás no podamos hacer más nudos
y nuestro desenlace sea éste.

O quizás nos haga un torniquete
que nos ahorque la vida.

Te hubiese besado, si.
pero tú no podías quedarte,
ni yo iba a permitir que te quedases.

Te habría besado,
y me habría encantado hacerlo.

No lo entiendo.
¿Qué estoy haciendo?

¿Desde cuándo he preferido nadar
 teniendo ganas de ahogarme?

Espérame ahí,
que voy a besarte.

miércoles, 16 de julio de 2014

Tememos la muerte, pero a mí me asusta más la vida.

























Me da miedo encontrarme conmigo 
llorando por las esquinas, 
esperando a alguien que no llega 
pero que se parece mucho a nosotras en otra vida.

Por eso sé que quizás no llegue nunca. 

Y damos mucha pena,
pero no la merecemos.

Me da miedo abrirme en canal
si suena en público mi canción favorita;
que salgan a bailar todas mis heridas
y que tengan más ritmo a la hora de huir
que para sacarte a la pista.

Tengo miedo del mar
desde que me descubrí a la deriva,
naufragando en un vaso de agua
lleno de mentiras.

Tengo miedo del fuego
desde que la piromanía
fue la única forma que encontré
de mantener la llama encendida.

Y acabé incinerada en vida.

Tengo miedo del tiempo,
de perder el tiempo,
de desaprovechar el tiempo;
de no saber gastar mi tiempo
y de gastarme a medida que pasa el tiempo.

Tengo miedo de mí, del yo que conozco;
del malo conocido y del bueno que no sé si voy a conocer.

Me da miedo hasta cortarme el flequillo,
que me pilles con las manos fuera de la cara,
y que, en un despiste, me descubras real y humana.

Que veas que no tengo nada especialmente bueno.
Que ni soy especial, ni del todo buena.

Que soy, que existo,
pero que detesto hacer ambas cosas si es conmigo.


domingo, 13 de julio de 2014

Pero primero tendremos que reconocerlo.



















Que puta manía la nuestra
de responder que sí - al amor - 
cuando pica en puerta ajena.
 
Cuando pasa de la nuestra.

No podemos evitar el morbo 
que nos provoca
presenciar un accidente
aunque nosotros seamos las víctimas. 

El peligro nos pone cachondos,
y preferimos ahogarnos 
que nadar a contracorriente
si no es para varar en su vientre.

Preferimos ser catástrofe 
antes que rescate;
granada sin anilla
a punto de hacer detonar la guerrilla.

Preferimos el sonido de una ambulancia,
el olor a hierba quemada,
el silencio incómodo 
de las salas llenas de rotos
de un tanatorio.

Nos hemos acostumbrado a ser esclavos
y hemos desarrollo un síndrome de Estocolmo tan elaborado
que el suicidio entre rejas por amor al carcelero queda justificado.

Nos hemos enamorado 
de los barrotes,
de las sogas,
de los candados,
de los látigos y los disparos,
del fuego abierto y del corazón diseccionado.

De querernos más si es a trozos 
y a ratos.
 
Que puta manía la nuestra
de responder antes 
de que nos hagan la pregunta.