Juro
decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.
Aquel día
delante de ti si lloré, sólo que no me viste.
A fingir
se aprende sufriendo, por eso la defunción tras el derrumbamiento iba por
dentro.
Días
después llegué a casa y lloré, y Jack lo entendió todo.
Se acercó
a mí y me maulló un "no te preocupes, mami, que yo estoy
aquí" que entendí a la perfección.
Aquella
vez que nos cruzamos tuve que girarme para recogerme el corazón.
El muy
imbécil se había ido corriendo tras de ti;
dice que
no tiene otra elección, que no le gusta vivir sin ti.
La
siguiente vez que hablamos tenía las lágrimas en la punta de la lengua,
un beso
deseando ser disparado,
un abrazo
guardado en la recámara
y todo el
miedo de nuestro no mundo agolpado en la garganta.
Estos
últimos meses te he sonreído más veces evitando llorar que queriendo reírme.
Y a mí,
personalmente, me resulta muy triste.
Tengo
unas ganas inmensas de llorarte por todo lo que no entiendo,
de
besarte hasta que logre entenderlo
y de
gritarte lo que siento aunque esté fuera de contexto.
Porque yo
no sé querer sin salirme de los márgenes,
ni sé
reservarme las ganas para más tarde;
en
cuestión de amar soy un desastre.
Pero te prometo que te voy a querer como no te ha querido nadie.
Pero te prometo que te voy a querer como no te ha querido nadie.