martes, 28 de octubre de 2014

Plan de autodestrucción.

Soy una puta 
en manos de una zorra
que me envidia por estar viva.

Soy la soga
en manos de alguien 
que finge valorar la vida
y resulta ser un verdugo suicida.

Soy la bomba atómica,
Nagasaki e Hiroshima.

Soy el arma y la víctima.
La autodestrucción más explícita.

Soy el cadáver que se alimentaría
de la carne podrida que me habita,
sólo por no dejar de joderme la vida.

Me autoengaño fingiendo que me busco para no infligirme daño.

Que me agarraría fuerte de las manos,
en vez de intentar lanzarme por un barranco.

Que me cantaría canciones de cuna al oído,
en vez de gritarme que este cuerpo no es el mío.

Como si de encontrarme
fuese a abrazarme 
y no a despellejarme.

Como si la sangre no fuese mía,
como si fuese de otro;

como si no acabase siempre conmigo
antes de que lo hiciese alguien
a quien aún no conozco.

martes, 21 de octubre de 2014

Testimonio mortal de una sonrisa forzada.


Llevo tres días escuchándome dentro de la misma canción.
Pero, cada vez que me escucho, me pido auxilio de forma distinta.

Estoy triste, pero soy feliz.
O tal vez sea al revés.

Estoy harta de ser de un insoportable que no me aguanto,
de soportarme lo inaguantable que soy, hasta que me harto.

Quiero que llueva y bailar.

Que me enseñes a bailar sobre los charcos
y nos reíamos mientras nos besamos en pleno naufragio;
y se nos mojen las bragas de tan sólo escucharnos.

Que nos perdone el cielo por reírnos 
de aquellos que cayeron desde el sótano;
que nunca sabrán lo que es volar,
mientras asocien libertad
con levantar los pies del suelo 
y soltarse las manos.

Que llueva tan fuerte como no sabemos amar.
Que amemos tan fuerte que no escuchemos al cielo llorar.

Quiero gritar y patalear.

Quiero pegarle una patada al diccionario de antónimos,
que insiste en que la tristeza es el opuesto a la felicidad.

Quiero cogerme las manos 
y, por primera vez, 
sincerarme frente a ellas.

Decirles que lo único malo que tenemos 
es no poder desprendernos de nosotras.

Mirarnos a los ojos y no reconocernos,
reconocernos en cualquiera que no somos. 

Y que no seremos, 
porque no querrá conocernos.

Ser en cualquiera que no nos mira. 

Mirar a cualquiera y desear ser cualquiera;
menos la que mira.

Quiero llevar a cabo todas esas contradicciones que me provocan paz.
Quiero enfrentarme contigo y que las heridas de tu guerra me sonrían,
que cruces los dedos por detrás y me digas "esta vez no te voy a matar". 

Quiero que me den arcadas hasta que te tenga que vomitar.

Que te manches las manos con mi sangre 
y que luego me dibujes sobre un lienzo color carne;
piel de alguien a quien quieres menos. 

Alguien a quien no te molestarías en matar.  

Pero no lo hago.

No llueve, 
pero no es la lluvia.

Puedo llorar y bailar al mismo tiempo.
Tengo la capacidad para inundar una ciudad.

Pero no me sé limpiar las culpas de la cara.
No sé diferenciar entre una lágrima y una gota de agua.

No sé deshacerme de la culpa interna de mis cuernos.
De la culpabilidad camuflada bajo el cuerpo.

No sé ser libre conmigo misma;
me lo impide alguien que se parece a mí,
pero que no reconozco en el espejo.

Y rompo uno cada vez que me provoco un corte de digestión.

Tenemos firmado un pacto.
Me salvan de mis siete años de mala suerte,
a cambio de una eternidad sin verme.

Es entonces cuando sonrío.
Cuando, de verdad, sonrío.

Cuando muerta la fachada soy libre para sonreír a ese montón de cristales rotos 
que, de pronto, se transforma en lo más parecido a un regalo de cumpleaños que jamás esperaré;  
porque el único alguien que podría hacérmelo acaba de morir para convertirse en ello.

martes, 14 de octubre de 2014

Testamento oficial de una promesa no cumplida.

Prometiste volver,
pero no aclaraste a qué.

Prometiste venir,
pero no especificaste cuando,
ni si vendrías acompañado.

No te pedí que lo hicieses,
pero me dijiste que lo harías.

Y yo,
como siempre,
creyéndome tus mentiras.

Me pediste que dejase la puerta, 
de par en par, abierta,
dispuesta a tu supuesto regreso;
con acceso restringido al público,
es decir,
cerrada al resto.

Y accedí.
Asentí.

Como la niña que asintió a un desconocido, en la puerta de la escuela, 
cuando le preguntó, entre caramelos, si le acompañaba a dar una vuelta; 
pidiéndole que fuese buena,

Como la adolescente que asintió, por moda, miedo o vergüenza, 
cuando le ofrecieron su primer trago y se fumó su primer cigarro.

Como la joven que asintió, fruto de la curiosa inexperiencia, 
a aquel grupo de chavales que la invitó a jugar a meterse mano; 
a ser una chica mala durante un rato.

Como la mujer que accedió, 
con la necesidad apretándole en las manos,
a ser la acompañante de aquel hombre adinerado,
por lo que, en aquel momento, le pareció un buen fajo.

Como la idiota que asintió y te susurró: siempre te estaré esperando.

Asentí.

Accedí y me senté a esperarte en la trastienda del infierno. 
Yo que me creía estar tomando una cerveza junto a San Pedro;
esperándote a las puertas de lo que yo consideraba que, contigo, sería el cielo.

Te perdí a medida que lo iba pronunciando.
Me perdí a medida que lo iba llevando a cabo.

Y pasé de ser niña a ser difunta en vida.
De ser adolescente a ser el humo que me consumió entre tus labios.
De ser una joven bonita a ser comercializada como polvo barato.

Me convertí en un cadáver de mujer con el corazón empolvado y oxidado.
Con mucho dinero en los bolsillos y nada en el pecho que valiese algo.

En una idiota que dinamitó sus cimientos, 
a la espera del que creía el arquitecto de sus sueños.

Dejando como herencia 
un rastro de escombros,
de excrementos y despojos,
de sueños y tacones rotos,
de muñecas viejas y pintalabios rojos.

El tiempo perdido envasado al vacío,
y el amor que nunca tuvo, 
reciclado como vidrio.

El mismo que dijo ser y no pudo,
que no pudo volver porque nunca estuvo,
que pudo llegar, pero no quiso;

salvarla del abismo
provocado por él mismo.

sábado, 11 de octubre de 2014

Confórmate con que me quiera.

No es que no te quiera,
tampoco es que no quiera quererte;
es que aún estoy intentando conquistarme,
y no me lo estoy poniendo nada fácil.

Siempre llego tarde a las citas importantes,
y nunca en mi vida he llegado a tiempo para abrazarme.

Tampoco espero que lo haga nadie.

Tan sólo espero no volver a ser de alguien.

Estoy cansada de dar la cara por personas que sólo saben torcerla y cruzártela;

de dejar la puerta abierta a quienes sólo la querían para irse sin cerrarla.

Esa clase de valientes a los que se les da de puta madre hacer de cobardes.
Yo que soy de esa clase de cobardes que al menos trata de ser valiente.

He dejado de escupirme por zorra,
de llorar por idiotas,
de quererme a deshora;
de intentar odiar a quien no le importo,
y a quien no le importaría desconocerme por otra.

Quizás me esté enamorando.


De hecho,
lo más parecido al amor 
que he sentido últimamente 
ha sido dejar de mirarme con asco.

Quizás, 
por primera vez,
y aunque suene extraño,
mi autoestima no sea 
el primer plato de la vajilla
que me apetezca hacer pedazos.