Me voy a pedir perdón por ser tres veces yo misma.
Por zorra, por sumisa y por indecisa.
Según ellas somos la misma,
aunque yo me siento muy poco mía.
¿Quiénes sois vosotras y qué habéis hecho con
Mía?
Ahora mi única cara
conocida es la de la bebida.
Nos hemos hecho mejores amigas,
pero sólo porque cuando ella aparece,
el resto de caras se difuminan.
Tengo más miedo de ser como ellas,
que ganas de soltar la botella.
Hoy he vuelto a beber más de la cuenta.
Más de lo que me atrevo a contar
y más de lo que alcanzo a recordar.
Porque, cuanto más bebo, más me río
y más sencillo me resulta sonreír sin que se note que finjo.
Todo depende de la hora del día, de la compañía y
de si la consumición está bien fría.
Tengo las manos rotas y la cabeza caliente.
Me he convertido en el vaso medio vacío de todos los bares de mala
muerte
y confundo una invitación a una copa con un golpe de buena suerte.
La sobriedad es un estado de vulnerabilidad y yo
sólo quiero que me tatúen en la frente que soy fuerte.
Que no tengo razón, pero que tengo un corazón que
no me cabe en el vientre.
A este corte de digestión invita mi mala
costumbre de alimentarme a base de corazones en mal estado y a la resaca de
mañana la vamos a bautizar como estado de descomposición provocado por un
ejército de imbéciles que han sabido cómo atarme las manos después de
envenenarme con halagos.
No debería pedir otro trago y, aun así, lo hago.
Me sirven la penúltima (la de la despedida)
y me veo siendo alguien que nunca creí que sería.
Dile a mi yo de mañana que hoy no me espere
vestida.
Que no me espere;
que prescinda de mi compañía.
Me voy a pedir perdón por ser tres veces yo misma.
Por llorona, por alcohólica y por suicida.
Me voy a pedir perdón hoy,
pero mañana será otro día.