domingo, 8 de enero de 2012

Escuchándome, recordándome..

Me dispuse a llorar, a escupir en lágrimas todo aquello que sentía y que había interiorizado tanto que hasta había cogido polvo. Decidí sacar a la luz todo aquello que había escondido por miedo a volver a sentir aquel dolor que me había provocado anteriormente y coloqué cristales opacos donde antes se encontraba aquel plástico transparente que dejaba a la vista mi vulnerabilidad.

Aún no lloraba, pero sería cuestión de minutos sentir ese líquido salado deslizarse sobre mi piel, de hecho, ya comenzaba a recordar, esto era una "buena" señal. Comencé recordando las traiciones, los engaños, los finales turbios y puntiagudos de los desamores de mi vida. A la mente me venían imágenes, palabras, olores y sensaciones, y la piel se me congelaba, tiritaba, sabía que esto no iba a ser agradable.

Bajo los escombros me encontré con fantasmas de mi pasado, con mis antiguas personalidades y con mis antecesores. Me encaré con mis asesinos, con mi surtidor de lágrimas y con el ladrón de mis sonrisas. Me fui desvaneciendo al ver que ninguno de ellos se inmutaba, pero tenía que enfrentarme a todos, sabía que tenía que hacerlo.

Me fue duro recordar cada una de mis fracturas, tirita a tirita fui desnudado mi corazón, y él a medida que los puntos de sutura se descosían, se desintegraba. No volvería a su estado inicial, mejoraría, se curaría, pero las cicatrices se quedarían grabadas a fuego en su estructura. Siempre había tomado él mismo sus decisiones, haciendo oídos sordos, ignorando el caparazón de consejos que el resto de elementos de mi cuerpo le propiciaba, y aún siendo terco, desobediente e impulsivo, no habría deseado a otro que no fuese a él.

Con las fracturas se avecinaban lecciones, avisos y enseñanzas, pero eso no amortiguaba la siguiente caída, porque siempre era totalmente diferente a la anterior, y más dolorosa. Algunas heridas sólo llegaban a él en forma de rasguños, y aunque más débiles, le lastimaban. Sin embargo, pese al daño, mi corazón no dejaba de luchar, continuaba latiendo aunque menos acompasado. La melodía que solía inundarlo había descendido su volumen, y el sonido propio de sus latidos ya no sonaba armónico, pero él no cesaba en su intento de volver a la vida. Con esto no quiero decir que el estuviese muerto, sólo que el estado en el que se encontraba podía asemejarse más a la muerte que a la vida. Él con sus ganas se aferraba a la vida de todas las formas posibles y así se mantenía ligeramente estable, preparado para salir al campo y librar una nueva batalla, ilusionado por ganar y mentalizado para perder.

Una vez abiertas todas las heridas, sólo me quedaba recordar a sus creadores tal y como yo creía que se merecían, enviándolos a aquella parte de la memoria que se encarga de olvidarlos, de transportarlos a un lugar donde no puedan causar más daño.

Sobre sus recuerdos esparcí mis lágrimas, saqué de mi todo aquello que ya no era puro, que me ensuciaba y cerré los ojos para intentar escuchar más claramente lo que mi corazón me susurraba entre latido y latido. Me quedé ahí parada, esperando a que mi piel volviese a su estado natural, fría pero no helada, y a que el temblor que recorría mis nervios cesase.  

Cuando mi corazón dejó de hablar, decidí que era el momento de inundar el aire con otra melodía y así, progresivamente, fui sustituyendo el sonido de su voz con el de aquella canción...