Creo que no podría decirte que te quiero tanto como lo hago, no me quedaría tiempo en esta vida para respirar y oler tus manos. Pero dime, ¿quién quiere perder el tiempo en respirar cuando estás a su lado? Yo prefiero mirarte y dejar de hacerlo, prefiero quedarme sin aliento al mirarte o bañarme en tus ojos hasta darme cuenta de que hay océanos en los que no sé si prefiero nadar o ahogarme.
Y dime, ¿quién quiere perder un segundo más hablando cuando puedo quedarme sin palabras visualizando tus manos? Prefiero aferrarme fuerte a la toma de tierra que me traslada a su cielo con sólo alborotarse el pelo y enmudecer de celos al aire que lo acaricia. Prefiero perder la cabeza en ese momento, y no volver en mí si la ausencia va a ser quién me acompañe.
Yo no quiero volver a casa si las paredes no van a oler a tu piel desnuda al regresar de las clases, ni quiero que llegue la hora del almuerzo sin ti tumbada en la cama, sin mis ganas de comerte apretándome las manos, y sin tu sonrisa de medio lado retándome nuevamente a jugar a ese juego en el que si te dejo, me matas, y si no lo hago, me mato yo.
Que besos hay de muchas clases, y yo ansío la clasificación de besos que me ofrecen tus labios después de permitirme saciar con tu cuerpo mi canibalismo.
Probé a encarcelarme en tus pulmones, en tu caja torácica y en tu corazón, y me quedé dormida sobre este último mientras me balanceaba y me daba calor. Fue entonces cuando me enamoré de él también, y ¿cómo iba yo a negaros algo si os amaba a los dos? Tú me pediste que te escribiese el poema más bonito de todos los tiempos, y yo te respondí diciéndote que tú eras la poesía que habitaba entre las líneas de mi prosa, y que no había ciudad más bonita para perderse que el lunar de tu mejilla. Él me pidió una canción, y yo le dije que mis favoritas eran tu forma de caminar, el sonido de tus zapatos rozando el suelo, tu respiración acelerada provocando huracanes en mi ombligo y tu particular forma de mecerte.
Permíteme decirte que al mal tiempo le pongo tu cara, y de repente sale el Sol. Ni las nubes se atreven a mostrarte sus días grises y sus malas caras. ¿Cómo no me iba a enamorar de ti si eres tú quién traspasa con sus ojos el cielo, y no al revés? Si en cada atardecer se pone rojo de tanto mirarte y envidiarte al mismo tiempo. Dime, ¿cómo no iba a hacerlo? Si Amor es lo que siente el mar cada vez que paseas descalza por su orilla, y muere de amor cuando te sumerges en sus costillas.
Que yo ya no sé si te quiero mucho o muchísimo, pero de lo que estoy segura es de que lo hago. Y de hecho, pensándolo bien, tengo la certeza de no poder decirte que te quiero tanto como lo hago, porque entonces no me quedaría tiempo para besarte, y hay privilegios de los que no me deshago.
Que besos hay de muchas clases, y yo ansío la clasificación de besos que me ofrecen tus labios después de permitirme saciar con tu cuerpo mi canibalismo.
Probé a encarcelarme en tus pulmones, en tu caja torácica y en tu corazón, y me quedé dormida sobre este último mientras me balanceaba y me daba calor. Fue entonces cuando me enamoré de él también, y ¿cómo iba yo a negaros algo si os amaba a los dos? Tú me pediste que te escribiese el poema más bonito de todos los tiempos, y yo te respondí diciéndote que tú eras la poesía que habitaba entre las líneas de mi prosa, y que no había ciudad más bonita para perderse que el lunar de tu mejilla. Él me pidió una canción, y yo le dije que mis favoritas eran tu forma de caminar, el sonido de tus zapatos rozando el suelo, tu respiración acelerada provocando huracanes en mi ombligo y tu particular forma de mecerte.
Permíteme decirte que al mal tiempo le pongo tu cara, y de repente sale el Sol. Ni las nubes se atreven a mostrarte sus días grises y sus malas caras. ¿Cómo no me iba a enamorar de ti si eres tú quién traspasa con sus ojos el cielo, y no al revés? Si en cada atardecer se pone rojo de tanto mirarte y envidiarte al mismo tiempo. Dime, ¿cómo no iba a hacerlo? Si Amor es lo que siente el mar cada vez que paseas descalza por su orilla, y muere de amor cuando te sumerges en sus costillas.
Que yo ya no sé si te quiero mucho o muchísimo, pero de lo que estoy segura es de que lo hago. Y de hecho, pensándolo bien, tengo la certeza de no poder decirte que te quiero tanto como lo hago, porque entonces no me quedaría tiempo para besarte, y hay privilegios de los que no me deshago.