Si de verdad me quieres,
escúpeles
en la boca
a todos
aquellos que me llaman bonita;
que me consideran bonita,
que me
crean bonita.
Exígeles que me destruyan;
que me
destruyan concepto,
que me
destruyan persona,
que no
personifiquen la belleza en mi cuerpo.
Entierra mi cuerpo.
Sácame los ojos
y no se los enseñes nunca a nadie.
No sabes la de cosas horribles que me han visto ser,
la de
experimentos a sangre fría y cuerpo presente que me han visto hacerme.
Cóseme los labios.
Por
protocolo, de los muertos sólo se permite decir cosas bonitas,
y yo no
tengo nada que decirme que no me haya abofeteado en vida.
Rómpeme los brazos y llévate contigo todos los abrazos que tengo guardados.
Párteme
las piernas y no permitas que retroceda ni un sólo paso.
Me tengo tanto asco como ganas de perderme la vida.
Soy una terrorista emocional
y te pido
que procedas hasta el final con esta eutanasia asistida.
No llores por mi, yo estaré bien -muerta-,
aunque ni
eso me merezca.
Sé que no ha habido peor tortura que la que he llevado a cabo conmigo,
y que ni
tan siquiera ese castigo disminuye la culpa de todo lo que me he herido.
Al menos tú recuerda que no sólo fui yo, aunque también;
que todo
empezó cuando permití lo que otros hicieron conmigo.
Te pido perdón, aunque sé que es mejor que no me quede contigo,
no valgo
nada entera, así que imagínate a trocitos.
Después de enterrarme, olvida que he existido.
A fin de
cuentas, recordar es para aquellos que han creado algo.
Y yo sólo me he destruido.