Durante semanas esperé tu llamada
admitiendo que habías sido una insensible,
que tu comportamiento había sido
de lo más cruel y que no me merecías,
Esperé tu llamada porque me la
merecía.
Me merecía que vinieses y me
suplicases perdón de rodillas,
me merecía que llorases una
mínima parte de lo que yo lo hacía
y hubiese estado bien que
admitieses que la culpa no fue mía.
Esperé la llamada de la chica sin
escrúpulos, como tú te describías.
La misma chica que a mi me dejó
sin recursos sostenibles de sonrisa.
La chica sin escrúpulos que fue
capaz de decirme que yo me miento,
que yo no siento,
que fantaseo.
Esperé tu llamada como tantas
veces esperé que me hablaras,
como otras tantas te esperé en la
plaza,
como aquella vez que
llegaste
y me destrozaste de una sola
mirada.
Esperé tu llamada aún sabiendo
que era pronto,
que aún no se habían pegado bien
todos los trozos.
La esperé porque, en el fondo, la
deseaba.
La esperé porque, no tan en el
fondo, aún te deseaba.
Esperé tu llamada y no sé muy
bien en qué pensaba para creer que podrías hacerlo;
que te atreverías a descolgar el
teléfono.
Esperé tu llamada como si te
creyese capaz de decir 'lo siento',
como si te imaginase articulando
palabras de arrepentimiento,
como si, de verdad, creyese que a
ti también te duele todo esto.
Esperé tu llamada, pero pronto
dejé de hacerlo,
porque si hubieses querido
hacerlo, lo hubieses hecho hace mucho tiempo.