martes, 6 de septiembre de 2016

La felicidad es una persona vestida de ganas de hacer feliz a otra.

La chica feliz que cohabita conmigo es un espejo roto que se gusta a sí mismo;
se sonríe continuamente y le guiña un ojo a sus supuestos siete años de mala suerte.

La chica feliz que cohabita conmigo es la última vida de un gato que tropezó seis veces con el mismo abismo 
y que reconoce que, si es por amor, volvería a hacer lo mismo.

La chica feliz que cohabita conmigo convive con una niña interior que siempre ha creído que los Reyes Magos son las personas valientes y que el mayor regalo que puede hacerte alguien es demostrarte que lucharía por ti; porque te quiere.

Ella no le tiene miedo a reconocer abiertamente que tiene miedo,
ni siente vergüenza de avergonzarse cuando tropieza más de una vez con la misma historia inconexa de persona que quiere a persona que dice quererla, pero que, en realidad, se avergüenza de ella.

Le avergüenza quién no sabe querer
y admira a quién lo intenta con todas sus fuerzas.

Ella no entiende a quiénes aún piensan que pueden evitan querer
y que tienen el poder de elegir querer a quién ellos quieran.

Querer es algo que se hace sin querer y sin querer, ni poder evitarse.

Evitar es idear un plan B antes de que el plan A fracase;
y el fracaso es un aprendizaje que no debería evitarse.

La chica feliz que cohabita conmigo no se autocompadece del dolor producido por todos esos capullos que se ha ido encontrado por el camino, sino que les regala flores un año después de haber renacido y les envía una carta en la que siempre les escribe lo mismo.

"A ti te va a doler más de lo que a mí me ha dolido, porque yo te he sobrevivido, pero tú no tendrás más remedio que morir contigo".

La chica feliz que cohabita conmigo guarda en una hucha todos los besos que le han dado en las rodillas, en la frente y en la nuca y todas las arrugas que se forman en las comisuras de las personas que sonríen en presencia suya.

A fin de cuentas, ella está segura de que la suerte es sólo la excusa
que usan quiénes no saben que, para poder tenerla, primero hay que salir en su búsqueda.


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