domingo, 14 de febrero de 2016

Ahora te escribo, pero ya no te quiero.

Supongo que aquel día quise con todas mis fuerzas que el mundo me olvidase, que mi casa interior se incendiase y que mi boca se cerrase y dejase de decirte cosas que, a esas alturas, tú ya no querías que pasasen. 

Días después abrí los ojos y vi que todo aquel dolor se merecía una caricia que yo siempre me había negado frente a las muchas que te había dado. 

Era una experta mal priorizando.

Era de creerte primero y nunca mirar por mi bien; 
de abofetearme primero y escucharme después.

Pero el día que decidí no volver a mirar atrás para comprobar si aún estabas fue también el día que entendí que mirar hacia delante es la única forma de aprender a saber con qué merece la pena tropezarse.

Cuando asimilé que nunca ibas a quererme sonreí.

Sonreí porque entendí que el amor no consiste en dar para recibir, sino en dar sin esperar nada a cambio y en saber dejar de dar cuando el otro no merece lo que le estás dando.

Aprendí que querer no es firmar a ciegas un contrato, que el respeto y la confianza caminan de la mano y que lo que tú hacías tenía poco de amor y mucho de engaño.

Supongo que dejaste de leerme mucho antes de dejar de escribirte.
Y yo dejé de escribirte mucho antes de dejar de quererte. 

Y ahora te escribo, pero ya no te quiero.
Sólo quería darte las gracias por haberte ido y no haber vuelto.

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