- Pero si no la conozco.
+ ¡Claro que la conoces!
- ¿Desde cuándo?
+ Desde siempre... en tus sueños.
(Amélie)
Soñamos despiertas toda una noche
en la que yo no quería irme a dormir.
Al menos no así.
No con esa estúpida distancia que
dicen que es de seguridad.
Para estar seguros de que no me
enamoraría de ti.
No sé si eso es posible.
No sé si existe algún mecanismo capaz
de repeler al amor,
capaz de robarnos el más puro sentido
de nuestra existencia.
Lo que sí es posible,
lo que sí sé como real
es que a la mañana siguiente
me desperté con ganas de más.
Te echaba de menos
como si las horas sin sabernos
hubiesen sido un milenio;
como si nos conociésemos
de algo más que de un sueño.
Como si hubiésemos almorzado con
Renoir
y le hubiésemos robado un beso a
Klimt.
Como si Edith hubiese vuelto mi vida
de color de rosa
desde que besó tus labios rojos y
latió dentro de tu corazón azul.
¡Y cómo la envidio por ello!
Para mi eres la más perfecta
personificación de la tristeza.
Y, por eso, jamás entenderé
ese absurdo canon de belleza,
- supuestamente perfecto -
que no acepta la tristeza como
complemento.
He perdido el miedo a que me sepas de
más
y nunca puedas echarme de menos.
Me abrazo y ya no me repelo;
porque te imagino siendo mis brazos,
acariciándome el pelo;
enorgulleciéndote de mi tristeza
y besándome todas las ausencias.
Esta mañana me he mirado al espejo
y mi tristeza me ha guiñado un ojo.
Me ha confesado que desde que tú,
sólo utilizo la primera persona del
plural,
conjugo todos los verbos en presente
perfecto
y el único complemento directo que no
acepto
es el miedo a perdernos.
Y es que desde que tú,
sé hacer cosas que antes no sabía
y deseo hacerte cosas que están
prohibidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario