martes, 14 de octubre de 2014

Testamento oficial de una promesa no cumplida.

Prometiste volver,
pero no aclaraste a qué.

Prometiste venir,
pero no especificaste cuando,
ni si vendrías acompañado.

No te pedí que lo hicieses,
pero me dijiste que lo harías.

Y yo,
como siempre,
creyéndome tus mentiras.

Me pediste que dejase la puerta, 
de par en par, abierta,
dispuesta a tu supuesto regreso;
con acceso restringido al público,
es decir,
cerrada al resto.

Y accedí.
Asentí.

Como la niña que asintió a un desconocido, en la puerta de la escuela, 
cuando le preguntó, entre caramelos, si le acompañaba a dar una vuelta; 
pidiéndole que fuese buena,

Como la adolescente que asintió, por moda, miedo o vergüenza, 
cuando le ofrecieron su primer trago y se fumó su primer cigarro.

Como la joven que asintió, fruto de la curiosa inexperiencia, 
a aquel grupo de chavales que la invitó a jugar a meterse mano; 
a ser una chica mala durante un rato.

Como la mujer que accedió, 
con la necesidad apretándole en las manos,
a ser la acompañante de aquel hombre adinerado,
por lo que, en aquel momento, le pareció un buen fajo.

Como la idiota que asintió y te susurró: siempre te estaré esperando.

Asentí.

Accedí y me senté a esperarte en la trastienda del infierno. 
Yo que me creía estar tomando una cerveza junto a San Pedro;
esperándote a las puertas de lo que yo consideraba que, contigo, sería el cielo.

Te perdí a medida que lo iba pronunciando.
Me perdí a medida que lo iba llevando a cabo.

Y pasé de ser niña a ser difunta en vida.
De ser adolescente a ser el humo que me consumió entre tus labios.
De ser una joven bonita a ser comercializada como polvo barato.

Me convertí en un cadáver de mujer con el corazón empolvado y oxidado.
Con mucho dinero en los bolsillos y nada en el pecho que valiese algo.

En una idiota que dinamitó sus cimientos, 
a la espera del que creía el arquitecto de sus sueños.

Dejando como herencia 
un rastro de escombros,
de excrementos y despojos,
de sueños y tacones rotos,
de muñecas viejas y pintalabios rojos.

El tiempo perdido envasado al vacío,
y el amor que nunca tuvo, 
reciclado como vidrio.

El mismo que dijo ser y no pudo,
que no pudo volver porque nunca estuvo,
que pudo llegar, pero no quiso;

salvarla del abismo
provocado por él mismo.

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