Que puta manía la nuestra
de responder que sí - al amor
-
cuando pica en puerta ajena.
Cuando pasa de la nuestra.
No podemos evitar el morbo
que nos provoca
presenciar un accidente
aunque nosotros seamos las
víctimas.
El peligro nos pone cachondos,
y preferimos ahogarnos
que nadar a contracorriente
si no es para varar en su vientre.
Preferimos ser catástrofe
antes que rescate;
granada sin anilla
a punto de hacer detonar la
guerrilla.
Preferimos el sonido de una ambulancia,
el olor a hierba quemada,
el silencio incómodo
de las salas llenas de rotos
de un tanatorio.
Nos hemos acostumbrado a ser
esclavos
y hemos desarrollo un síndrome de
Estocolmo tan elaborado
que el suicidio entre rejas por amor
al carcelero queda justificado.
Nos hemos enamorado
de los barrotes,
de las sogas,
de los candados,
de los látigos y los disparos,
del fuego abierto y del corazón
diseccionado.
De querernos más si es a
trozos
y a ratos.
Que puta manía la nuestra
de responder antes
de que nos hagan la pregunta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario