domingo, 13 de julio de 2014

Pero primero tendremos que reconocerlo.



















Que puta manía la nuestra
de responder que sí - al amor - 
cuando pica en puerta ajena.
 
Cuando pasa de la nuestra.

No podemos evitar el morbo 
que nos provoca
presenciar un accidente
aunque nosotros seamos las víctimas. 

El peligro nos pone cachondos,
y preferimos ahogarnos 
que nadar a contracorriente
si no es para varar en su vientre.

Preferimos ser catástrofe 
antes que rescate;
granada sin anilla
a punto de hacer detonar la guerrilla.

Preferimos el sonido de una ambulancia,
el olor a hierba quemada,
el silencio incómodo 
de las salas llenas de rotos
de un tanatorio.

Nos hemos acostumbrado a ser esclavos
y hemos desarrollo un síndrome de Estocolmo tan elaborado
que el suicidio entre rejas por amor al carcelero queda justificado.

Nos hemos enamorado 
de los barrotes,
de las sogas,
de los candados,
de los látigos y los disparos,
del fuego abierto y del corazón diseccionado.

De querernos más si es a trozos 
y a ratos.
 
Que puta manía la nuestra
de responder antes 
de que nos hagan la pregunta.

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