viernes, 20 de junio de 2014

El insomnio más bonito de la primavera.

La primera vez que dormí contigo,
lo cierto es que no dormí.

Quizás tu atrapasueños si funcionase, 
por eso de que me robó el mío  
y me regaló un desvelo para verte dormir.

La primera vez que dormí contigo,  
no quería dormir.

Pero me hubiese encantado tener otra noche para poder hacerlo,
aunque estoy segura de que tampoco lo habría hecho.

La primera vez que dormí contigo
me quedé con las ganas 
en la punta de los dedos, 
de la lengua, 
de decirte que tienes una espalda perfecta
para terminar en ella todas las películas 
que contigo vería a medias.

No logro sacarte de la cabeza,  
y ya no quiero volver a abrir los ojos
porque te veo en todas partes
y no estás en ninguna de ellas.

Te veo en cada ventana que se abre
como pidiéndome que te cierre la puerta.

Porque un día la abriste de golpe, 
y desde entonces no la he cerrado
a expensas de que vuelvas.

Y eso que nunca te esperé,
que quizás siempre te he estado esperando.

Y eso que no sabes cual es mi casa,
pero si conoces mi barrio.

Y esa esquina que es más puta que las ganas que tengo
de volver a subirme a ese coche contigo.
Y volver a ese beso.

Volver a querer irme, 
para que me pidieses que me quedase.

Volver a verte, 
a confesarte que no quiero dejar de verte.

Porque son esas insaciables ganas de ti las que me dicen que si me vuelvo a subir a ese coche contigo voy a bloquear todos los pestillos con tal de no salir de ahí jamás.

Y es que es una auténtica putada 
imaginarme de nuevo en tu cama, 
entre tus piernas, 
sobre tus manos,
y no estar en ninguno de esos lados. 

Porque la primera vez que dormí contigo, por desgracia, también fue la última.
 

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