Me empapé de mí,
hice oídos sordos a los mensajes subliminales que me enviaba la ciudad y me
concentré en buscar el equilibrio entre mi cuerpo y mi mente. Viajaba sin
rumbo, pero con absoluta certeza de que fuese cual fuese el camino que tomase, sería
el correcto. No seguía ningún tipo de
pauta, ni pensaba mucho en qué dirección seguir, tan sólo sentía todo aquello
que me rodeaba más intensamente que nunca, y frente a mis sentidos, ningún tipo
de señal, aviso o consejo, iba a hacer que cambiase de opinión. Escuche lo que
mi piel me contaba entre respigos, y entre latidos deduje varias sensaciones
que quiso hacerme llegar mi corazón, y así, sin poner en funcionamiento la
parte más racional de mi cuerpo, le proporcioné la serenidad que necesitaba. No
se trataba de hacer lo más sensato a largo plazo, sino de conseguir que cada
momento fuese único e irrepetible, sin trabas, ni jeroglíficos imposibles de
descifrar, y sin mirar más allá de lo que hoy nos hace felices. No más
búsquedas forzadas de la felicidad, he comprobado que ella aparece justo cuando
te propones que nada vacío de sentimiento conseguirá ponerte triste o te hará
pensar que tu felicidad no merece la pena. Yo he decido que voy a ser feliz, y tú... ¿te atreverías a intentar ser feliz "eternamente"?
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