domingo, 26 de agosto de 2012

Cuestión de no cuestionarse el por qué.

Reconozco que existen personas a las que he escrito en numerosas ocasiones, incluso en exceso, frente a personas a las que nunca les he dedicado muchas palabras, quizás ningunas. No es cuestión de sentimiento, ni de importancia, para mi es la facilidad de evocación de las palabras y la dificultad de describir mis sensaciones y a la propia persona, lo que permite a mis dedos moverse con mayor o menor destreza sobre el teclado. También las circunstancias, y las reacciones que pueda tener la otra persona frente a ellas.

Las palabras no pueden definir, ni describir el total de una persona, ni tan siquiera la mayor parte de esta, pero si bien es cierto que en parte, si sientes verdaderamente lo que narras, lo consigues. No debemos tener en cuenta únicamente el punto de vista de los sentimientos, lo que quiere decir que no podemos olvidarnos de hablar con objetividad en todo momento, puesto que el amor, la amistad y los lazos familiares, en ocasiones, se colocan sobre nuestros ojos en forma de venda, obstruyéndonos parcialmente o en su totalidad el campo de visión.

Mis lágrimas y el frío son los culpables, haciendo constante uso de mis recuerdos. Ellos me incitan a escribir, y cuando no lloro, si los otros dos requisitos se cumplen, escribo, y las lágrimas comienzan caer y a deslizarse sobre mi piel, acompañando a la canción que suena de fondo para que no se sienta sola, o haciendo menos doloroso el silencio que se empeña en inundar cada centímetro cuadrado de mi habitación.

Pero ahí no acaba todo, no sólo escribo entonces, ni sólo lo hago sobre el papel, o tecleando sus características, sus particulares formas de caminar, sus defectos o las diferencias abismales entre unos y otros. A veces no me apetece hacerlo, porque dentro de mi están mejor cobijadas sus descripciones, y todas y cada de una de sus ilustraciones. A veces no quiero que el papel o la pantalla difuminen lo que siento cuando me hablan, cuando me miran, o cuando respiran el mismo aire que el mío, o otro completamente diferente a más de mil kilómetros de mi espalda. A veces no quiero pensar en ellos, no quiero que vuelva el frío, ni los recuerdos empapados en lágrimas. A veces quiero estar sola, que no esteís, que no me molestéis, y que no os molestéis en entenderme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario