sábado, 8 de septiembre de 2012

Rendirse nunca es una opción.

La corriente se había llevado gran parte de sus fuerzas, y aquella agua dulce se entremezclaba con el agridulce sabor de su sangre dejándole el sentido del olfato hecho trizas. Apestaba a fracaso, a sueños rotos y a heridas que aún no habían cesado de supurar. No hacía frío, ni calor, no era de día, y tampoco de noche, al menos en el punto geográfico en el que se situaba su cuerpo, que no el resto de ella, puesto que su reloj se había parado tras la última luna llena que se había atrevido a empalarle el corazón a traición, sin anestesia, ni aviso previo. A eso me refiero con su cuerpo, su cuerpo estaba allí, anclado a la tierra que también lo sostenía, sin poder levantar un palmo los pies del suelo, inerte y desamparado a expensas de... nada, de absolutamente nada.

La parte de ella que había conseguido salir de su cuerpo era la encargada de buscar alternativas y soluciones. Era obvio que necesitaba cambios, la vida no había sido un lugar dulce y acogedor para habitar, pero rendirse no es nunca una opción, aunque era la tarea que llevaba a cabo su cuerpo, y cerca estaba de lograr finalizarla.

Dos estados totalmente opuestos frente a dos decisiones contrarias. Quedarse allí y morir, o tratar de concienciar a aquel apagado metro y medio de vida, de que si seguía así, no habría solución ni salida. Su espíritu libre y soñador, se decantó por la segunda, y silenció a su cuerpo cansado y triste, para robarle de sus pensamientos la idea de rendirse. 

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