lunes, 30 de septiembre de 2013

Lo que quiero conmigo lleva tu nombre escrito.

Creo que no podría decirte que te quiero tanto como lo hago, no me quedaría tiempo en esta vida para respirar y oler tus manos. Pero dime, ¿quién quiere perder el tiempo en respirar cuando estás a su lado? Yo prefiero mirarte y dejar de hacerlo, prefiero quedarme sin aliento al mirarte o bañarme en tus ojos hasta darme cuenta de que hay océanos en los que no sé si prefiero nadar o ahogarme. 

Y dime, ¿quién quiere perder un segundo más hablando cuando puedo quedarme sin palabras visualizando tus manos? Prefiero aferrarme fuerte a la toma de tierra que me traslada a su cielo con sólo alborotarse el pelo y enmudecer de celos al aire que lo acaricia. Prefiero perder la cabeza en ese momento, y no volver en mí si la ausencia va a ser quién me acompañe.

Yo no quiero volver a casa si las paredes no van a oler a tu piel desnuda al regresar de las clases, ni quiero que llegue la hora del almuerzo sin ti tumbada en la cama, sin mis ganas de comerte apretándome las manos, y sin tu sonrisa de medio lado retándome nuevamente a jugar a ese juego en el que si te dejo, me matas, y si no lo hago, me mato yo.

Que besos hay de muchas clases, y yo ansío la clasificación de besos que me ofrecen tus labios después de permitirme saciar con tu cuerpo mi canibalismo. 

Probé a encarcelarme en tus pulmones, en tu caja torácica y en tu corazón, y me quedé dormida sobre este último mientras me balanceaba y me daba calor. Fue entonces cuando me enamoré de él también, y ¿cómo iba yo a negaros algo si os amaba a los dos? Tú me pediste que te escribiese el poema más bonito de todos los tiempos, y yo te respondí diciéndote que tú eras la poesía que habitaba entre las líneas de mi prosa, y que no había ciudad más bonita para perderse que el lunar de tu mejilla. Él me pidió una canción, y yo le dije que mis favoritas eran tu forma de caminar, el sonido de tus zapatos rozando el suelo, tu respiración acelerada provocando huracanes en mi ombligo y tu particular forma de mecerte.  

Permíteme decirte que al mal tiempo le pongo tu cara, y de repente sale el Sol. Ni las nubes se atreven a mostrarte sus días grises y sus malas caras. ¿Cómo no me iba a enamorar de ti si eres tú quién traspasa con sus ojos el cielo, y no al revés? Si en cada atardecer se pone rojo de tanto mirarte y envidiarte al mismo tiempo. Dime, ¿cómo no iba a hacerlo? Si Amor es lo que siente el mar cada vez que paseas descalza por su orilla, y muere de amor cuando te sumerges en sus costillas. 

Que yo ya no sé si te quiero mucho o muchísimo, pero de lo que estoy segura es de que lo hago. Y de hecho, pensándolo bien, tengo la certeza de no poder decirte que te quiero tanto como lo hago, porque entonces no me quedaría tiempo para besarte, y hay privilegios de los que no me deshago.


2 comentarios: