viernes, 12 de octubre de 2012

No la descuides, cuídala.

Se había despertado pronto esa mañana, adelántandose al sonido del despertador que tanto odiaba. La noche había transcurrido tranquila, y por suerte, las pesadillas habían cesado. Eran mediados de Octubre, pero el frío y la soledad, convertían aquella casa en pleno invierno. Había amanecido extrañamente contenta, pese a los fatídicos días, previos a este, que la habían desbordado. Amaneció sonriente, con ese brillo en los ojos que pocos conocían, y que otros tantos, habían olvidado. Se la veía aparentemente feliz, más relajada e incluso más bonita que el resto de los días. Aquello era mágico.

Rápidamente se puso en marcha, ordenó su cuarto, recogió el desastre en que se había convertido su casa y guardó un par de cosas indispensables y necesarias en una pequeña maleta. La colocó junto a la puerta de la entrada, y cuando, al fin, terminó, se preparó una taza de café muy caliente, se colocó frente a la ventana, y mientras observaba como la lluvia inundaba la mañana con su fragancia, escribió esta carta.


"Por primera vez después de varias semanas, me siento renovada, como si durante la noche alguien hubiese cambiado mi mecanismo interior y lo hubiese recubierto con titanio. Me siento viva, con fuerzas y tengo la sensación de que la tormenta ya ha pasado, y de que nunca más volverá a llover de ese modo tan destructivo.

Me harté de ti y de tus cambios de humor, de que para mi solo quedasen las malas caras, porque tus sonrisas ya se las habías regalado a otras. Me cansé de los gritos, de las peleas, de tus borracheras, y también de tener siempre la culpa, incluso de medir mis palabras para que no te enfadases más conmigo. Me aburrí de esperarte, de hacerme la tonta, de fingir que me creía tus mentiras, aún sabiendo que no estabas trabajando, sino trabajándote a otra. Me manejaste a tu antojo todo el tiempo, me manipulaste, y yo me dejaba cegar por tus compensaciones materiales, que valían incluso menos de lo que vales tú. Para ti nunca era suficiente, pero ahora veo claro que te dí de mi todo aquello que tú no te merecías y que nunca merecerás, como mi incondicional amor, del cuál te aprovechaste y te burlaste en tantas ocasiones. Me hiciste creer que tú habías sido mi salvación, mi única opción, y que de no ser por ti mi vida habría sido un infierno, cuando, en realidad, tú fuiste quién convirtió mi existencia en aquel infierno del que tanto hablabas.

La casa es tuya, yo no la quiero, por que por mucho que en ella estén la mayor parte de mis pertenecias, este no es mi hogar. Tal vez algún día, en un tiempo muy lejano, lo fue, pero no volverá a serlo, por lo que prefiero que te quedes tú con todo lo que hay aquí dentro. Véndelo, quédatelo o tirálo a la basura, a mi ya no me importa. Atrás queda un pasado dispuesto a ser borrado, y un futuro preparado para ser vivido intensamente.

Por último, no me busques, no intentes contactar conmigo, no me interesan tus reclamos, ni tus quejas, y tampoco voy a regresar."



De lo que no se había dado cuenta era de que a medida que escribía la lluvía iba amainando, las nubes fueron desapareciendo, y finalmente, salío el Sol. Depositó la carta en un sobre, y la dejó sobre la mesa de la cocina, después cogió su maleta, cruzo el umbral de la puerta, y desapareció. Irradiaba felicidad, se la veía relajada, y estaba más bonita que nunca.

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