Si te vas,
no quiero
que vuelvas.
Si aún no
hubieses llegado,
desearía
que no lo hicieras.
Pero lo
hiciste,
aunque
mal y tarde.
(Demasiado
mal y demasiado tarde.)
Sólo para
darte el lujo de irte
en ese
único puto momento
en el que
me di la vuelta.
Y ahora echo
la vista atrás
y
recuerdo las fases de cada espera.
Si son
las ocho en la estación
y llega
un tren tras otro,
pero no
te llevan.
Si son
las nueve y desespero porque aún no llegas.
Si son
las diez y me convenzo para quedarme,
diciéndome que ya no te espero ni
tan siquiera.
Si son
las once y hasta recordarte me desespera.
A las doce
ya ni me acuerdo de la de veces que le dimos la vuelta al reloj,
a la cama
y aquella estación de tren en la que te esperaba.
Pero es
entonces cuando apareces y parece volver a ser de día.
Vuelven a
ser las ocho y es como si jamás te hubiese esperado.
Como si
hubieses llegado inesperadamente,
sin
esperarte, ni esperarnos.
Y
mágicamente,
encontrarnos.
Lo malo
vino cuando dejaste de llegar,
cuando me
di cuenta de que nunca más volverías a pisar aquel anden,
y menos
aún volverías a mirarme con cara de ser las ocho de la tarde.
Lo bueno
vino después cuando dejé de esperarte,
cuando entendí que hay trenes que es mejor no coger,
y que hay paradas en las que es mejor no esperar a nadie.
cuando entendí que hay trenes que es mejor no coger,
y que hay paradas en las que es mejor no esperar a nadie.
'Hay paradas en las que es mejor no esperar a nadie'.
ResponderEliminarChapó, pequeña :)
¡Ay, cosina!
EliminarMuchas gracias. ♥
Quizá debería aplicarme algo de esa última estrofa. Quizá, no lo sé. Me gusta lo que he leído, me pasaré por aquí alguna vez :)
ResponderEliminarermaioni.blogspot.com.
¡Gracias!
EliminarMe pasaré por tu blog <3.