lunes, 24 de marzo de 2014

Próxima parada: la mía.

Si te vas, 
no quiero que vuelvas.

Si aún no hubieses llegado,
desearía que no lo hicieras.

Pero lo hiciste, 
aunque mal y tarde.
(Demasiado mal y demasiado tarde.)

Sólo para darte el lujo de irte
en ese único puto momento 
en el que me di la vuelta. 

Y ahora echo la vista atrás
y recuerdo las fases de cada espera.

Si son las ocho en la estación 
y llega un tren tras otro,
pero no te llevan.

Si son las nueve y desespero porque aún no llegas.

Si son las diez y me convenzo para quedarme,
diciéndome que ya no te espero ni tan siquiera.

Si son las once y hasta recordarte me desespera.

A las doce ya ni me acuerdo de la de veces que le dimos la vuelta al reloj,
a la cama y aquella estación de tren en la que te esperaba.

Pero es entonces cuando apareces y parece volver a ser de día.

Vuelven a ser las ocho y es como si jamás te hubiese esperado.
Como si hubieses llegado inesperadamente,
sin esperarte, ni esperarnos.

Y mágicamente,
encontrarnos.

Lo malo vino cuando dejaste de llegar,
cuando me di cuenta de que nunca más volverías a pisar aquel anden,
y menos aún volverías a mirarme con cara de ser las ocho de la tarde.

Lo bueno vino después cuando dejé de esperarte,
cuando entendí que hay trenes que es mejor no coger,
y que hay paradas en las que es mejor no esperar a nadie.

4 comentarios:

  1. 'Hay paradas en las que es mejor no esperar a nadie'.
    Chapó, pequeña :)

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  2. Quizá debería aplicarme algo de esa última estrofa. Quizá, no lo sé. Me gusta lo que he leído, me pasaré por aquí alguna vez :)

    ermaioni.blogspot.com.

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