Amoldé mis oídos a la
frecuencia de la música que se dirigía hacía ellos, recogí mis piernas como
sabía perfectamente que no debía hacer, y me situé frente al teclado. Repasé
minuciosamente la trayectoria de mis últimos días y me paré a hacer un análisis
exhaustivo de los hechos.
Mis pies tenían dudas,
¿cuál sería el camino que deberían tomar?, ¿podría alguien aconsejarlos para
tomar una decisión? Mis manos temblorosas también dudaban, y por si algún
casual erraban, como de costumbre, no querían hablar más de la cuenta, y, por consiguiente,
callaban. Mi corazón frenético y desbocado, era incapaz de atender a las pocas
razones que, descolocadas, mi mente le ofrecía. Razones desorbitadas que
naufragaban fuera de la normalidad de algunos de sus anteriores
pensamientos más racionales.
¿Determinaría esto en
final de otra etapa?, y viéndolo desde la terraza opuesta, ¿querría esto decir
que un nuevo comienzo estaría por llegar? Ambas dos perspectivas me aterraban y
mi fuerte aversión a los cambios se hacía notar a través de gritos ahogados y
mudos susurros que, por miedo a no ser bien recibidos, no conseguían
desprenderse de mi para salir al exterior a proclamar cuán asustados estaban.
Yo también tenía miedo,
pero eran más fuertes mis ganas de poder con ello, que las de huir de allí y no
volver nunca más. "Recuerda que tienes que afrontar los problemas",
resonaba en mi cabeza como si de un estribillo pegadizo se tratase. Tenía que
afrontar los problemas, coger las riendas de mi pequeño caballo, y frente a
frente encararme con mis dudas, para disiparlas, para hacerlas desaparecer. Tenía que tomar decisiones, aunque elegir, en algunos casos, no se me daba muy
bien.
¿Chicle de fresa o de
menta?, ¿dormir con cojín o mejor sin él?, ¿un vasito de nestea o una tónica? Y las respuestas siempre serían las mismas. Sin embargo, no eran
decisiones de ese calibre las que debía de tomar ahora, y así mi elección se tornaba difícil de determinar. Las cosas podían cambiar mucho,
y ni tan siquiera yo conocía la magnitud de esos posibles cambios, lo que hacía
que mis nervios se desorbitasen y vibrasen descontrolados hasta conseguir que
todo mi cuerpo temblase.
Contuve mis lágrimas, y
les pedí que, por favor, en esta ocasión no apareciesen, no harían más que
empeorar las cosas. Ellas, por primera vez obedientes, volvieron a casa para no
salir de ella hasta nuevo aviso, y me prestaron el espacio que necesitaba para
cavilar y tomar conciencia de en lo que mi vida podría transformarse.
Recapacité en silencio,
sola y con gente, y también con varios tipos de música de fondo, intentando que
esta me resolviese alguna de mis cuestiones. Respondí a algunas, otras las dejé
en blanco, y alguna que otra se sucedió de tachones hasta quedar reducida a un
pedacito de papel negro en el que no se entendía nada.
¿Me estaría (des)entendiendo a mi misma?
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