domingo, 3 de junio de 2012

Toma de decisiones.

Amoldé mis oídos a la frecuencia de la música que se dirigía hacía ellos, recogí mis piernas como sabía perfectamente que no debía hacer, y me situé frente al teclado. Repasé minuciosamente la trayectoria de mis últimos días y me paré a hacer un análisis exhaustivo de los hechos.

Mis pies tenían dudas, ¿cuál sería el camino que deberían tomar?, ¿podría alguien aconsejarlos para tomar una decisión? Mis manos temblorosas también dudaban, y por si algún casual erraban, como de costumbre, no querían hablar más de la cuenta, y, por consiguiente, callaban. Mi corazón frenético y desbocado, era incapaz de atender a las pocas razones que, descolocadas, mi mente le ofrecía. Razones desorbitadas que naufragaban fuera de la normalidad de algunos de sus anteriores pensamientos más racionales.

¿Determinaría esto en final de otra etapa?, y viéndolo desde la terraza opuesta, ¿querría esto decir que un nuevo comienzo estaría por llegar? Ambas dos perspectivas me aterraban y mi fuerte aversión a los cambios se hacía notar a través de gritos ahogados y mudos susurros que, por miedo a no ser bien recibidos, no conseguían desprenderse de mi para salir al exterior a proclamar cuán asustados estaban.

Yo también tenía miedo, pero eran más fuertes mis ganas de poder con ello, que las de huir de allí y no volver nunca más. "Recuerda que tienes que afrontar los problemas", resonaba en mi cabeza como si de un estribillo pegadizo se tratase. Tenía que afrontar los problemas, coger las riendas de mi pequeño caballo, y frente a frente encararme con mis dudas, para disiparlas, para hacerlas desaparecer. Tenía que tomar decisiones, aunque elegir, en algunos casos, no se me daba muy bien.  

¿Chicle de fresa o de menta?, ¿dormir con cojín o mejor sin él?, ¿un vasito de nestea o una tónica? Y las respuestas siempre serían las mismas. Sin embargo, no eran decisiones de ese calibre las que debía de tomar ahora, y así mi elección se tornaba difícil de determinar. Las cosas podían cambiar mucho, y ni tan siquiera yo conocía la magnitud de esos posibles cambios, lo que hacía que mis nervios se desorbitasen y vibrasen descontrolados hasta conseguir que todo mi cuerpo temblase.

Contuve mis lágrimas, y les pedí que, por favor, en esta ocasión no apareciesen, no harían más que empeorar las cosas. Ellas, por primera vez obedientes, volvieron a casa para no salir de ella hasta nuevo aviso, y me prestaron el espacio que necesitaba para cavilar y tomar conciencia de en lo que mi vida podría transformarse.  

Recapacité en silencio, sola y con gente, y también con varios tipos de música de fondo, intentando que esta me resolviese alguna de mis cuestiones. Respondí a algunas, otras las dejé en blanco, y alguna que otra se sucedió de tachones hasta quedar reducida a un pedacito de papel negro en el que no se entendía nada. 

¿Me estaría (des)entendiendo a mi misma?

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