Escucharte reír en mitad de un beso también
es un orgasmo.
Suenas como mi canción favorita y te beso
porque me pueden más las ganas que el miedo;
y eso que estoy acojonada desde el primer
parpadeo.
Me miras y todos mis semáforos se te ponen en
verde.
No sé a qué estás esperando para cruzar el
umbral de mi puerta y colonizar tu nueva casa.
La felicidad son los tres segundos que
transcurren entre que me miras y me besas la nariz.
Te miro las manos y ya no sé si es por
vergüenza o por protección.
Tienes un eclipse precioso entre los labios y
yo no me he traído las gafas de sol.
Te beso con los ojos semicerrados por miedo a
estar soñando.
Después te veo al otro lado y ya es seguro.
Tengo que estar soñando.
Tengo que estar soñando.
Te pido que me pellizques, pero deja de
hacerlo sobre el corazón.
Sé que no me merezco todo esto, pero no te lo
lleves aún.
Se hace tarde, pero a mí me parece demasiado
pronto para dejarte.
Dos besos en tu portal me saben a poco
y es más de que lo que jamás pensé que te
llegaría a dar.
Si volviese a entrar por aquella puerta,
estoy segura de que volvería a no querer
dejarte de mirar.
Te prometo que esta sonrisa no viene de
serie:
La estoy estrenando contigo.
Y espero que se convierta en el vestido de
los Domingos
que me
pondré cada vez que me lleves a ser feliz contigo.
Mi vestido de todos los días son tus letras, gracias Amanda.
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