viernes, 10 de diciembre de 2010

Ruido, melodía, armonía..

Me resultaba difícil oír mis pensamientos debido al volumen de la música, pero eso era precisamente lo que deseaba. Deseaba que mi mente descansase al menos por unas centésimas de segundo del tormento de mis recuerdos. No era bueno el ejercicio mental que ellos producían, constantemente, a mi memoria, pero ella era una inconsciente y una masoquista. Así que decidí aumentar un poco más el volumen de la canción para que los recuerdos cesasen ante el estruendo del ruido golpeando mis tímpanos. Masoquista, lo que yo decía. Ella intentaba a cada momento que por todos los medios yo no me deshiciese de mis recuerdos, estaba dispuesta a que ni tan siquiera se me ocurriese enviarlos a la parte de la memoria que no los recuerda continuamente, pero muy mi pesar, y aunque me doliese, la comprendía. Sabía que hacía eso porque, en el fondo, estaba maniatada a mi corazón. Él, el más perjudicado de la historia, y el más masoquista. Pero, incluso a él, le comprendía. Comprendía su pérdida, y entendía perfectamente que no quería perder a su pequeña princesa aún más de lo que ya la había perdido. Él había salido muy dañado de la situación y ella no quería provocarle aún más daño, aunque, inconscientemente, le impartía más y más dosis de dolor. Las palabras salían de la voz de mi memoria como si de otra canción se tratase, pero yo seguía intentando que mi canción sonase en una escala más alta, y ésta enmudeciera. No era una tarea fácil, pero yo lo seguía intentando. Junto con los recuerdos, los puntos de sutura de mi corazón se abrieron, y todos sabíamos que esto no era algo beneficioso para él, pero, llegado un punto de la canción y tras una disposición de diapositivas recordándome su existencia, incluso yo me rendí ante los hechos. Ya no podía más. Descendí el volumen de la melodía y me dispuse a recordarla cómo se lo merecía. Recordé sus palabras y sus detalles. Los detalles de su rostro y todas y cada una de sus líneas de expresión. Sus sonrisas, si, desde la primera hasta la última... y sus ojos, el lugar dónde yo solía perderme. Esta vez era su voz la que sonaba de fondo, pero podía escuchar también mis pensamientos, y muy delicadamente, por debajo de su armonía, podía distinguir los latidos de mi corazón. Sonaban melódicos, y de repente, el volumen de su risa invadió mi espacio, aunque no me importó lo más mínimo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario